jueves, 16 de octubre de 2008

Las travesuras de Panchito

Por: Mercedes Aquino

Ya llegó octubre y con él la feria del pueblo. Caminaba con mi perro Humo, una noche particularmente concurrida. Dábamos una vuelta observando curiosos la rebanada de humanidad que nos visita durante la celebración. Este es el verdadero México, pensé. Esta es la auténtica gente mexicana, raza a la que pertenezco por méritos desde hace un mes, luego de treinta años de trámites ¡Ajua! Como cada festejo de Panchito, las travesuras no se hicieron esperar. La noche del día tres estaba el pueblo atiborrado, el túnel cerrado a los vehículos y la madrugada fría obligando a la gente a cubrirse con chamarras, gorros y cobijas. La iglesia, queriendo lucir sus mejores galas, encendió la nueva iluminación y a los cinco minutos APAGÓN. Se fue la luz. Y duró toda la noche esta cerrada oscuridad. Entonces las calles volvieron a ser las de antaño, los salones y patios iluminados con el resplandor de las velas y cirios, la gente andando con pequeñas lámparas. La señora que tuvo la ocurrencia de traer esos encendedores chinos con luz acabó en poco tiempo de vender toda su mercancía. Y sólo pequeños puntos iluminaban la noche ¿Pueden ustedes imaginar un espectáculo más bello? En un mundo en el que allá afuera las bolsas de valores de todos lados se desploman, las crisis hacen temblar a algunos y enriquecerse aún más a otros (los especuladores, claro) y el neoliberalismo se desliza en el inicio del fin. En un universo donde las leyes de la Mátrix predominan por sobre todas las cosas, Real de Catorce se reveló, se reveló al comercio de china, a los puestos de discos con música idiotizante, a la estridencia, a la señal de celular y al fastuoso oropel de la iglesia, para hacernos ver que el mundo puede existir de otra manera. Los murmullos en la oscuridad, las fogatas encendidas en algunos rincones, los apretones y jaleos de la multitud, los olores de toda la humanidad reunida en esa noche fría y especial, transportaban al Real de antes, cuando las calles eran pasajes donde aullaba el viento en la oscuridad más cerrada. La imaginación se dispersaba, se disparaba. Así que no me sorprendí cuando en el cielo apareció una esfera luminosa, fosforescente, irreal, adornada con luces de colores, flotando justo encima de las casas. Y pensé: Ahora sí, ya llegaron. Y me puse a hacerles señas. Los extraterrestres se adelantaron, supuestamente los esperaban para mediados de octubre en algún lugar al sur del planeta. Qué privilegio ser de los primeros contactados, a los brasileños va a darles un patatús. Se los juro que no había bebido, aunque en ese momento fui a la única a quedar paralizada en mi lugar viendo el sobrecogedor espectáculo en el cielo. Comencé a hacer aspavientos con los brazos, a gritar: Bienvenidos, aquí la raza humana los saluda. La esfera comenzó a girar y poco a poco fue apareciendo un cartel, unas letras, más luces. Ay, que fiasco nos llevamos mi perro Humo y yo. El estaba mordisqueando los huesos del carnicero, es decir, los huesos que le dio el carnicero, cuando el cartel fue claramente visible. Enjoy life, toma (no lo escribo, nomás de puro coraje) Hijos de su mercantilísima madre, entonces sí, fui junto al teporochito que orinaba en la esquina y le quité su anforita de licor para echarme un trago. La esfera explotó en una enorme espiral de fuego y se evaporó. Bajé la vista, noté que nadie se había dado cuenta. Fue una alucinación y tampoco, se los juro, había fumado nada. Pues caray, con las travesuras que le gusta hacer a Panchito, nunca me hubiera imaginado esta. Humo comenzó una batalla con Akira, el perro más grande y por consiguiente el más gandalla del pueblo, por los huesos del carnicero. Al final, mientras peleaban, pasó corriendo El Abuelo, un mini pequinés y se escabulló con su tesoro entre las piernas de los peregrinos. Ni modo, seguimos nuestro recorrido. Humo resignado. Yo, todavía viendo lucecitas de colores.