sábado, 1 de octubre de 2011

Una película en Las Margaritas

Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío
constelado,
a semejanza,
a imagen del misterio,
me sentí parte pura
del abismo,
rodé con las estrellas,
mi corazón se desató
en el viento.
Pablo Neruda,
Memorial de Isla Negra.

Llegué a Las Margaritas al caer el sol. Cuando entré a la casa de mi amigo el poeta y su hermosa familia, me topé con un par de ojos azules, una mirada fuerte y profunda. Brontis Jodorowsky, actor. Nos habíamos prometido un vino y una charla. Pasaron las horas hasta que nos sorprendió la madrugada en una habitación de adobe, con ventanas de madera y cortinas de colores, llena de libros y con la esencia de las palabras flotando en el aire. Así que nos fuimos a acostar tarde. No pude pegar ojo, seguían en mi cabeza trozos de la conversación y remolinos de pensamiento que son los que nos ponen a jugar, traviesos, el juego del insomnio. Había bajado expresamente allí para conocer el trabajo que están realizando junto con la actriz Mariana González, coordinados por el director de cine Daniel Castro. La película se llama Tau que significa sol en huichol.  El desierto, dice Daniel, es muy protagónico, tiene vida propia y guía a un ser humano a enfrentarse a sí mismo en una búsqueda personal. Por cierto, se mostró muy agradecido con la gente que los recibió.  Me levanté temprano, saludé a las estrellas en el firmamento índigo, preparé un mate. Mi amigo poeta se levantó también y compartimos unos cálidos momentos mientras la naturaleza despertaba. Partimos Brontis y yo en el Nautilus rumbo a la casa de Aurelio. Allí estaba el resto de la producción, listo para iniciar uno de los últimos días de filmación. Desayunamos frijoles con tortillas recién hechas. La bruma matinal cubría por entero el desierto y los técnicos se mostraban un poco preocupados por las condiciones de luz. Luego, nos fuimos hacia un bosque de mezquites. Hacía frío pero se aguantaba. Comenzaron a filmar y tuve la ocasión de ver al equipo en acción. Me gustó el grupo, había armonía entre ellos. Cada quien hacía un poco de todo. Por ejemplo Alizarine, la directora de arte, maquilló a los actores. Tenía los ojos llorosos y la nariz enrojecida a causa de una gripe, pero siguió trabajando. Mariana comentó que el concepto de aridez le cambió en Wirikuta, un lugar que describe como hostil (sus piernas estaban rasguñadas por las espinas) pero lleno de vida. Por ejemplo, dijo, el otro día vi la vía láctea, un espectáculo hermoso. Me sorprendió la dedicación de Diego y Mariel en la cámara, la sencillez de Daniel, la calidez de Pablo y Sergio, los productores, la jovialidad extraña de Bart y los demás miembros del equipo. Luego cambiamos de locación, nos dirigimos hacia una construcción que los lugareños llaman los iglús. Estábamos en un bosquecillo de albardas, esas plantas que parecen manos extendidas hacia lo alto. Para entonces, la neblina había desaparecido y algunas nubes flotaban en un cielo azul intenso. Al poco rato aparecieron los niños de la escuela de Margaritas, estaban emocionados, en sus caritas se dejaba ver la expectación, vamos a conocer cómo se hace una película. Observaban curiosos la sesión de maquillaje, los detalles, la cámara. Estuvieron muy atentos y callados, al menos la mayor parte del tiempo. Horas bajo el sol, observando la repetición de la misma escena, hasta que una de las niñas más pequeñas preguntó ¿Cuándo va a empezar? Luego fuimos a comer Brontis y yo a la casa de mi amigo, que tiene una maravillosa cocina, donde se respira aroma de fuego y se palpa el calor entrañable de hogar que exudan las paredes y las canastas con fruta, la alacena llena de frascos con semillas, la mesa grande de madera, las sartenes colgadas por doquier. No hubo mucho tiempo para charlas esta vez, regresamos al trabajo, había que aprovechar la luz. Con las ventanas abiertas y el viento (como me gusta) despeinándome las ideas, nos dirigimos hacia un llano ubicado al este de la población. Las estribaciones de la sierra se destacaban intensas con la luz de la tarde. Había una tormenta por el rumbo de San Antonio Coronado y un amasijo de nubes dejaba entrever la poderosa fuerza de la naturaleza, allá a lo lejos. Al poco rato salió un hermoso arcoíris. Brontis caminaba seguido por la cámara, cuando Daniel dijo corte. Y él se quedó inmóvil, como congelado en el instante. Permaneció allí, su silueta enmarcada en los colores vibrantes de ese caldo primigenio. Todo estaba en silencio, ese silencio que dice tantas cosas. Sentí cómo su energía se expandía y cómo el desierto le estaba susurrando algún misterio y me alegré muchísimo, porque amo este lugar, matriz de vida y me gusta cuando llega gente de otros mundos y se contagia por la magia que respiran las formas y se deja envolver por el cielo y su milagro. Esa puerta pequeña, que se abre a un horizonte enorme de percepción que nos permite observar el polvo dorado con que estamos hechos. El sol iba cayendo en un atardecer espectacular y ellos filmaban una escena cargada de intensidad. Yo observaba la acción agradeciendo el momento. Volví a Las Margaritas. Al día siguiente me acerqué a saludar al equipo. Pude ver parte del trabajo que habían realizado. Una experiencia interesante. Finalmente me fui a despedir de Brontis, nos dimos un abrazo. Sus ojos arrojaban un extraño fulgor. El eco de su mirada azul quedó flotando en un volveré...