El mundo está lleno de
pequeñas alegrías; el arte
consiste en saber distinguirlas.
Li Tai-po
pequeñas alegrías; el arte
consiste en saber distinguirlas.
Li Tai-po
Por primera vez, me decidí a probar la experiencia del cine. El llamado era a las cinco de la mañana. La noche anterior nos habíamos acostado tarde, pues la plática se alargó junto a la chimenea con los amigos de Wadley, venidos expresamente para participar en la película. Así que lo primero que pensé cuando sonó el despertador fue ¡Ya no quiero ser actriz!
Llegamos a la explanada de Ogarrio con diez minutos de retraso y ya nos estaban esperando, fuimos los últimos en abordar el autobús que enseguida nos transportó a La Luz, donde se ubicaba el set. El frío era intenso. Primero, nos mandaron al comedor a desayunar. Allí tomamos un mate con los camaradas de casting. Fruta con yogurth, huevos, café. Fuimos bien servidos. Luego, nos pidieron pasar a maquillaje. Me tocó Felipe, un hombre de mirada dulce a quien el día anterior había encontrado en un restaurante. Me arrullaba el toque de sus manos en la piel y los párpados se me volvieron pesados. Cuando terminó, abrí los ojos y me sorprendí, es increíble lo que puede hacer la cosmética, pestañas de azotador, ceja peinada (por fin), labios sonrosados y hasta lunar en la mejilla. Luego, en ese mismo lugar, me pasaron con Lourdes, quien el ver los rizos de mi cabellera exclamó ¡Te voy a peinar en diez minutos, no necesito casi nada! Al salir, me encaminé al área de vestuario. Sólo que me habían hecho quitar el suéter y me estaba congelando allá afuera. Mario me prestó su poncho de lana. Por fin me pasaron al sacrosanto aposento de Edgar, mejor conocido como La Tatis. Desvístete muñeca, me dijo. Te vamos a poner una cinturita de sueño. Escogía de entre decenas de trajes la primera etapa, el corsé. Mientras lo anudaba en mi espalda, platicábamos de Real de Catorce y por supuesto, en la conversación caían frases picantes que me hicieron reir muchísimo. ¡Qué personaje! Cuando los nudos estuvieron listos me dijo, ahora sí agárrate reina, porque me vas a odiar y los estiró. Ese maldito arnés, a saber quién carajos lo inventó. Efectivamente, sentí que me llegaba el estómago a la garganta. Me van a faltar las sales, le dije. Luego, me puso unos cojines en las caderas, encima una falda de lana, pesada como una cobija y por último, escogió un maravilloso vestido. Te voy a poner el peach nena, ese es de tu talla. Medias hasta medio muslo. De una caja comenzó a sacar zapatos y me probé varios hasta que encontré los que me convencieron. Deben ser cómodos me instruyó, sino, en la noche vas a tener ampollas. Del otro lado de la cortina, los italianos platicaban. Ellos siempre utilizan la palabra cazzo (pene) para todo. Entonces, alguno de ellos comentó: Los italianos siempre tienen el cazzo en boca. AYYY, se oyó suspirar atrás de la cortina a Edgar ¡qué envidia! Ya vestida, maquillada y con unos bucles cayendo sobre mi espalda, me encaminé a donde estaban los demás. Milo, Gianni (querido te veías increíble) Roberto, Pancho, Martín, el Tyson y de las mujeres Carla elegantísima, Trilce, Giovanna, las beatas súper simpáticas de negro completo, Silvia rubia con pequeños caireles en la frente, en fin, todos nos mostrábamos admirados del disfraz. El problema fue cuando me di cuenta que debía hacer pis. La ténica, me dijeron, es aventar el vestido detrás de ti y por encima de tu cabeza. Fue toda una aventura en el baño, temía mojarme las bragas, pero al final, medio de aguilita, medio a la catorceña lo logré. Nos tomamos muchas fotos hasta que nos llamaron a escena. Frente a la iglesia habían fabricado un pequeño teatro. Nosotros debíamos ser el público de la obra del Tartufo. Por ahí andaba el chileno, dando órdenes a diestra y siniestra, el director, Leticia la diseñadora, Mario, Tábata y todo el equipo. Comenzamos las escenas. Debíamos pararnos, sentarnos, bailar, conversar, reir. El corsé me asfixiaba, el sol me quemaba, tenía sed y las medias a cada rato se me bajaban, pero me divertí muchísimo. También estaban unos músicos de San Luis y en los intervalos el de la guitarra tocaba piezas de Bach. Hasta trajeron un clavicordio y se puso a interpretar unas deliciosas melodías. Por la tarde, llegaron los actores principales, sólo recuerdo algunos nombres. Damián Bichir con sus ojos un poco estrábicos tenía presencia escénica, si bien la voz se perdía en el escenario. Ana de la Reguera con súper escote y una mujer imponente, vestida de negro. No me aprendí su nombre pero me gustó su papel. Allí teníamos que carcajearnos. Me tocó compartir espacio con Tere y Manuela. Esta última tiene una risa tan contagiosa que terminó dándonos un ataque y aunque ya habían dicho Coooorte, nosotras seguíamos en la hilaridad total. A pensarlo bien, yo estaba riendo para no llorar. El corsé me estaba matando. En la pausa para comer, escapé a ver a La Tatis para que me lo aflojara y me encontré a un caballero… en mi oído susurró: ¡Qué linda te ves, quisiera ser yo quien te desabrochara el corsé! Wow, me fui casi flotando entre encajes, franelas y con las medias enredadas en los zapatos. En el comedor nos pusieron unos baberos gigantes para no ensuciar los trajes, pero yo casi no probé bocado, no me cabía. Nueva odisea al baño, risas con los amigos, café y a seguir. Había que repetir las escenas una y otra vez. Finalmente, cuando creí que ya no podría continuar, se acabó nuestra participación. Corrí al camerino y les pedí que me dejaran pasar. Tatis, quítame este maldito aparato por favor. Bueno, pero espera para pasarte al fondo y que nadie te vea. A estar alturas del día Edgar, no me importa nada, ya no aguanto. Regresé a la normalidad de las botas de gamuza y los jeans. El sortilegio del cine resultó ser agotador. Eso sí, fue salir del cotidiano con una probadita de lo que siempre vemos cuando ya la cinta está terminada, amodorrados en el diván comiendo palomitas. Los demás se quedaron otra semana trabajando y tuve el privilegio de conocer gente linda y retroalimentarnos de experiencias, de dar y recibir magia y de pilón, una tarde pude asomarme al precipicio y vivir la maravillosa sensación del viento despeinando las ideas: frio, calor, humedad, deseo. Dos siluetas, como si fuera una película, recortadas en el cielo teñido de rojo despidiendo al sol. Allí donde empieza y termina el mundo.
Llegamos a la explanada de Ogarrio con diez minutos de retraso y ya nos estaban esperando, fuimos los últimos en abordar el autobús que enseguida nos transportó a La Luz, donde se ubicaba el set. El frío era intenso. Primero, nos mandaron al comedor a desayunar. Allí tomamos un mate con los camaradas de casting. Fruta con yogurth, huevos, café. Fuimos bien servidos. Luego, nos pidieron pasar a maquillaje. Me tocó Felipe, un hombre de mirada dulce a quien el día anterior había encontrado en un restaurante. Me arrullaba el toque de sus manos en la piel y los párpados se me volvieron pesados. Cuando terminó, abrí los ojos y me sorprendí, es increíble lo que puede hacer la cosmética, pestañas de azotador, ceja peinada (por fin), labios sonrosados y hasta lunar en la mejilla. Luego, en ese mismo lugar, me pasaron con Lourdes, quien el ver los rizos de mi cabellera exclamó ¡Te voy a peinar en diez minutos, no necesito casi nada! Al salir, me encaminé al área de vestuario. Sólo que me habían hecho quitar el suéter y me estaba congelando allá afuera. Mario me prestó su poncho de lana. Por fin me pasaron al sacrosanto aposento de Edgar, mejor conocido como La Tatis. Desvístete muñeca, me dijo. Te vamos a poner una cinturita de sueño. Escogía de entre decenas de trajes la primera etapa, el corsé. Mientras lo anudaba en mi espalda, platicábamos de Real de Catorce y por supuesto, en la conversación caían frases picantes que me hicieron reir muchísimo. ¡Qué personaje! Cuando los nudos estuvieron listos me dijo, ahora sí agárrate reina, porque me vas a odiar y los estiró. Ese maldito arnés, a saber quién carajos lo inventó. Efectivamente, sentí que me llegaba el estómago a la garganta. Me van a faltar las sales, le dije. Luego, me puso unos cojines en las caderas, encima una falda de lana, pesada como una cobija y por último, escogió un maravilloso vestido. Te voy a poner el peach nena, ese es de tu talla. Medias hasta medio muslo. De una caja comenzó a sacar zapatos y me probé varios hasta que encontré los que me convencieron. Deben ser cómodos me instruyó, sino, en la noche vas a tener ampollas. Del otro lado de la cortina, los italianos platicaban. Ellos siempre utilizan la palabra cazzo (pene) para todo. Entonces, alguno de ellos comentó: Los italianos siempre tienen el cazzo en boca. AYYY, se oyó suspirar atrás de la cortina a Edgar ¡qué envidia! Ya vestida, maquillada y con unos bucles cayendo sobre mi espalda, me encaminé a donde estaban los demás. Milo, Gianni (querido te veías increíble) Roberto, Pancho, Martín, el Tyson y de las mujeres Carla elegantísima, Trilce, Giovanna, las beatas súper simpáticas de negro completo, Silvia rubia con pequeños caireles en la frente, en fin, todos nos mostrábamos admirados del disfraz. El problema fue cuando me di cuenta que debía hacer pis. La ténica, me dijeron, es aventar el vestido detrás de ti y por encima de tu cabeza. Fue toda una aventura en el baño, temía mojarme las bragas, pero al final, medio de aguilita, medio a la catorceña lo logré. Nos tomamos muchas fotos hasta que nos llamaron a escena. Frente a la iglesia habían fabricado un pequeño teatro. Nosotros debíamos ser el público de la obra del Tartufo. Por ahí andaba el chileno, dando órdenes a diestra y siniestra, el director, Leticia la diseñadora, Mario, Tábata y todo el equipo. Comenzamos las escenas. Debíamos pararnos, sentarnos, bailar, conversar, reir. El corsé me asfixiaba, el sol me quemaba, tenía sed y las medias a cada rato se me bajaban, pero me divertí muchísimo. También estaban unos músicos de San Luis y en los intervalos el de la guitarra tocaba piezas de Bach. Hasta trajeron un clavicordio y se puso a interpretar unas deliciosas melodías. Por la tarde, llegaron los actores principales, sólo recuerdo algunos nombres. Damián Bichir con sus ojos un poco estrábicos tenía presencia escénica, si bien la voz se perdía en el escenario. Ana de la Reguera con súper escote y una mujer imponente, vestida de negro. No me aprendí su nombre pero me gustó su papel. Allí teníamos que carcajearnos. Me tocó compartir espacio con Tere y Manuela. Esta última tiene una risa tan contagiosa que terminó dándonos un ataque y aunque ya habían dicho Coooorte, nosotras seguíamos en la hilaridad total. A pensarlo bien, yo estaba riendo para no llorar. El corsé me estaba matando. En la pausa para comer, escapé a ver a La Tatis para que me lo aflojara y me encontré a un caballero… en mi oído susurró: ¡Qué linda te ves, quisiera ser yo quien te desabrochara el corsé! Wow, me fui casi flotando entre encajes, franelas y con las medias enredadas en los zapatos. En el comedor nos pusieron unos baberos gigantes para no ensuciar los trajes, pero yo casi no probé bocado, no me cabía. Nueva odisea al baño, risas con los amigos, café y a seguir. Había que repetir las escenas una y otra vez. Finalmente, cuando creí que ya no podría continuar, se acabó nuestra participación. Corrí al camerino y les pedí que me dejaran pasar. Tatis, quítame este maldito aparato por favor. Bueno, pero espera para pasarte al fondo y que nadie te vea. A estar alturas del día Edgar, no me importa nada, ya no aguanto. Regresé a la normalidad de las botas de gamuza y los jeans. El sortilegio del cine resultó ser agotador. Eso sí, fue salir del cotidiano con una probadita de lo que siempre vemos cuando ya la cinta está terminada, amodorrados en el diván comiendo palomitas. Los demás se quedaron otra semana trabajando y tuve el privilegio de conocer gente linda y retroalimentarnos de experiencias, de dar y recibir magia y de pilón, una tarde pude asomarme al precipicio y vivir la maravillosa sensación del viento despeinando las ideas: frio, calor, humedad, deseo. Dos siluetas, como si fuera una película, recortadas en el cielo teñido de rojo despidiendo al sol. Allí donde empieza y termina el mundo.