Son las cinco de la mañana. El frío es intenso y se acrecienta cuando el viento recorre las calles de Catorce en esta madrugada. El lugar está lleno de gente. La efervescencia de tantas personas aglomeradas se deja sentir, pues nadie susurra. Las voces son fuertes, intensas. Hay alegría en los rostros de quienes realizan año tras año un prolongado viaje desde su lugar de origen para llegar a este momento. San Francisco de Asís, el Charrito Milagroso, Panchito, Seráfico Padre. Todos esos son sus nombres y los peregrinos que lo visitan se cuentan por centenares. Hay puestos de comida, muchas doñas se animan a poner frente a su puerta grandes ollas con café, atole y ponche. Los cantos inundan este amanecer. Poco a poco va clareando y el frío se recrudece. Muchos vienen preparados con cobijas, hay quien se trae hasta la almohada y se acomoda en una banca del parque. No ha sido fácil llegar hasta aquí. El túnel está cerrado a los automóviles y el recorrido se realiza a través de carretones tirados por mulas o caballos. Real cambia completamente en comparación con otras épocas del año. Las calles se llenan de puestos, los turistas casi desaparecen para dar paso a los peregrinos. La feria atrae bullicio y también personajes poco recordados de un México trashumante. Cómo olvidar al mago poderoso, se parecía a Kalimán. Con su ayudante habían montado en espectáculo muy bueno, yo diría excelente. Sentado al centro de una rueda que formaba el público, el mago, con una larga túnica verde y un turbante blanco, estaba inmóvil, con los ojos cerrados. El ayudante hablaba con voz potente, contando acerca de los poderes sobrenaturales del señor. Se acercaba a una muchacha y en voz baja le preguntaba su nombre. Por ejemplo Rosa. El seguía hablando y tenían ambos un código porque entre las palabras que decía le pasaba el dato y luego preguntaba Oh maestro, tu que eres el más potente y grande adivino de esta tierra ¿puedes decirme como se llama esta mujer? y señalaba a la muchacha. El mago llevaba sus manos a las sienes y temblaba, en una parodia de gran concentración y al momento su voz cavernosa decía ¡ROSA! De la multitud brotaba un rumor sorprendido. Mientras el ayudante proponía consultas personales y la gente hacía fila para saber su futuro. Sorprendente. Recorriendo las calles, es posible encontrar a los apostadores de ¿dónde quedó la bolita? Y los juegos de lotería, en los que la tía compite con los sobrinos para ganar los premios brillantes de la estantería. O el vendedor de muñecas de cartón, las cabareteras con brazos y piernas articuladas. O el señor de las ollas y cacharros. Una de mis favoritas es la viejita ciega. Camina con dificultad por las calles con su bastón, enredada en un rebozo, con lentes oscuros cubriéndole los ojos, pidiendo limosna. De a ratos se sienta a descansar en algún rincón. Ay doñita, sí le doy una caridad pero no me cuente que es ciega, que ya la estoy observando. Chin, ya me cachaste, nomás no le digas a nadie. También están los merolicos que sacan serpientes de sus maletas, atrayendo en el acto un gran círculo de curiosos a su alrededor. Llegan familias que improvisan un puesto, hasta traen las sillas de su comedor y matan un puerco para vender carnitas. Cuando terminan, la doña vuelve a casa con una olla y una cobija nueva, la niña con una muñeca y el don con una buena resaca. Y qué decir de La carpa esperada por muchos hombres en edad de merecer, y muchachos que tal vez por primera vez en su vida se adentrarán en los pedregosos caminos del amor comprado, guiados por las hetairas importadas de la ciudad, con sus escotes pronunciados, sus rostros macilentos y sus barrigas descomunales que evidencian el gusto por las fritangas a altas horas de la noche. Dicen que hace tiempo, llegaba la famosa Fanny, quien enloquecía a los caballeros. Anunciaban el espectáculo desde temprano y aseguraban que casi estaba por empezar, ya casi empieza, ya llega Fanny, no se vayan pues Fanny se enoja, y cuando Fanny se enoja Fanny se encuera y en esas pasaban varias horas mientras todos se emborrachaban y ya cuando aparecía, muy entrada la madrugada, los comensales estaban perdidos en los reinos etílicos y oníricos, además de orínicos de la borrachera. ¡Vieran que quienes me lo cuentan lo hacen con tanta nostalgia!
Cada año la feria cambia un poco. Ahora muchos venden discos y videos piratas, y ponen el volumen al máximo, para hacerse competencia. Hay muchísima mercancía de origen chino, casi la mayoría de los puestos vende plástico. La comida tradicional está siendo sustituida por pizza, hamburguesa y hot dog. Sigue siendo una feria que vale la pena conocer. Sólo hay que aguantar algunas incomodidades, como que los baños no son suficientes y a lo mejor te encuentras en la puerta de tu casa un regalito nauseabundo. O que el olor del túnel es insoportable durante un mes. O que unos borrachos aúllan arriba de los cerros en la madrugada. Pero es una fiesta salpicada de color, llena de un realismo mágico efervescente y vital. Tanto, que a veces me parece que estamos en Macondo.