sábado, 20 de agosto de 2011

Cartas desde el Norte


Un pais lejano puede ester cerca, puede quedar a la vuelta del pan, pero tambien puede irse despacito y hasta borrar su huella. En ese caso no hay que rastrearlo con perros de caza o con radares. La unica formula aceptable es excavar en uno mismo hasta encontrar el mapa. Mario Benedetti, Cotidianas.

Al igual que muchos mexicanos, me fui por un tiempo del lugar donde vivo, al menos para probar lo que se siente estar en un ambiente donde no hay caos a tu alrededor todos los dias. Disfruté enormemente de ese pais con sus casas de cuento, sus campos inmensos, sus amaneceres, el jarabe de maple y los paseos en el bosque esperando encontrar un alce o al menos un venado. Solicitar la visa canadiense puede llegar a ser todo un calvario. Para entrar como visitante, me pidieron que comprobara el pago de impuestos de los ultimos tres años, mis actividades economicas de los últimos diez, mi cuenta bancaria de los últimos seis meses, el nombre, fecha y lugar de nacimiento de mis padres y de mis abuelos, por poquito y no me piden el color de mis calzones. Al llegar al aeropuerto, tuve que formarme con otras 300 personas para esperar turno en la migración. Finalmente me dejaron entrar. Dicen que hay un scanner nuevo que te pasan por el cuerpo sin preguntarte. Yo ni cuenta me di. Total que empecé mi visita a ese pais y lo primero que me llamó la atencion es la cantidad de agua que hay. Y como no, viniendo del desierto, resulta sensacional estar en medio de los frescos bosques de árboles inmensos o nadar en alguna rivera, sabiendo que no hay animales ponzoñosos. Eso si, los mosquitos son voraces. El caso es que empecé a conocer algunos « quebecos » y algunos mexicanos, a tratar de entender como es la vida allí. La mayor parte de los mexicanos me contaron que desgraciadamente no hay mucha solidaridad entre nosotros. Que si te toca un malhumorado jefe connacional te trata peor que a los demás o que en este medio multicultural la sobrevivencia te lleva a realizar trabajos que de otra manera tal vez nunca hubieras pensado. Conocí a un hermano, se llama Carlos. El trabajaba en México en una empresa reconocida, tenía un buen puesto, una familia. Decidió probar suerte aqui luego de que recibiera amenazas de muerte, asi que con poco dinero en el bolsillo, se lanzó a la aventura. Llegó al aeropuerto en un invierno. Las calles colmadas de nieve lo recibieron. Salió caminando con la maleta a cuestas, para darse cuenta de que con sus zapatos y con su chamarra no podría sobrevivir a la una de la mañana en esos parajes. Volvió y entabló conversación con un taxista quien lo llevó al centro de refugiados. Alli le dieron la bienvenida y al dia siguiente ya tenía empleo. Con él me tocó vivir la aventura de trabajo en Canadá, con la mafia chilena en el manicomio-escuela, pero esa es otra historia. La mayor parte de mexicanos se dedican a la limpieza de casas y oficinas. Es un trabajo duro. En promedio la paga es de 10 dólares la hora. Si pensamos que aquí el salario mínimo es de $ 55 pesos al dia por una jornada de ocho horas, se entiende por que muchos arriesgan el pellejo y dejan a sus familias en busca del sueño de una vida mejor. Sin embargo, no es fácil. Hay racismo y poca compenetración con los locales. El mundo es un pañuelo diría mi madre. Y es que encontré a una ex compañera de la facultad, Chayo, con quien hicimos muy buenas migas. Platicamos largo y tendido, tomamos café y a veces tequila, compartimos experiencias de vida y conocí a sus hermosos hijos Yael y Luis. Chayo se las arregla para darle el sazón de México a su cocina. Oscar su marido, tiene una sonrisa solar. Y ambos me hicieron sentir realmente como en casa, con ese sentido de la hospitalidad con que saben abrirte las puertas de su hogar las personas que viven lejos. Como mexicana, me enfrenté al concepto de producto exótico. Las noticias que recibí desde afuera y la apatía que nos corroe como nación es desalentadora. Inmóviles y ciegos. Aqui, en este mundo donde las casas parecen sacadas de un cuento y ves Ferraris de colores en la calle, tambien hay ceguera y desaliento. La gente trabaja inmersa en el sistema, para solamente ver llegar el viernes y salir a experimentar vivencias cada vez mas duras, la cultura de la superficialidad y la busqueda del placer a base de estimulantes como las pildoras de la felicidad, no quitan el hecho de la insatisfaccion social y son el reflejo de un vacio interior cada vez mas difícil de llenar. Como el millonario chaparrito que corre motocicletas y posee todo, incluída una lancha de alta velocidad y que tiene los ojos tristes, tristes. Personas que buscan respuestas en el hedonismo artificial. Más placer, más, más. Hay que llenar el vacío con bienes materiales, el Porsche, la moto, la piscina, la casa, los artilugios electrónicos, las relaciones virtuales, las pastillas para sentir y dejar de sentir. Allá, las noticias sanguinarias de nuestro universo les resbalan por la piel perfectamente rasurada. Pero también encontré gente hermosa como Pierrete, la vecina maestra de escuela jubilada que vive sola en una casa enorme y con quien entrablé una relación entrañable. O Carmen, esa maravillosa señora entrada en años, vestida con falda corta y tacones, perfectamente maquillada, que vive un apasionado romance con el señor del departamento de al lado. Fuimos una noche a observar los fuegos articifiales, un concurso que organiza el municipio. Y me quedé con la boca abierta…miles de células de colores danzando en el cielo, mientras Carmen se agachaba y soltaba un pedo espectacular. También me encantó hablar con Denni, el hombre de los caballos que me llevó a pasear en una carroza por los bosques de Hawkesbury, un lugar que conocía de nombre por la canción de Jean Leloup. O el partido de hockey. Llegué a la pista cuando estaban calentando. Me tocó ver la máquina que alisa el hielo para dejarlo como espejo y luego, en ese gimnasio llamado Coliseum de Laval, el juego dinámico y divertido, volátil. Encontré un disco entre las gradas y lo guardé subrepticiamente para regalarlo a mi hijo. Cuando el partido acabó me invitaron una cerveza en los vestidores. En atención a mi persona, no salieron desnudos de la ducha sino tapando con una toalla sus partes pudendas. Fue una cerveza rodeada de testosterona y palabras en español y francés. Me divertí muchísimo. (Amigas, tengo fotos). Y qué decir de la alarma de incendios. Estaba cocinando y allá la termperatura se mide en Farenheit, así que las papas estaban crudisimas despues de una hora y decidí aumentar el calor. Se empezaron a quemar y el humo invadió la cocina. En ese momento saltó la alarma y yo no sabía cómo apagarla. Mi temor era que llegara un camión de bomberos y tuviera que explicarles ¨Excuses mua, je suis touriste mexicain¨. En ese momento, un hombre se acercó por el jardín preguntando que pasaba. Salí corriendo agitando los brazos : Help me, help me. El señor entró a la casa y me explicó que sólo hay que agitar un trapo frente a la maldita alarma para apagarla. Y ya con los niveles de adrenalina descendiendo, nos pusimos a charlar y resultó ser un bombero que iba pasando por allí de casualidad.

Un día fui a ver un Pow Wow en la reservación Mohawk de Kanawake. Me encantó la historia de los indios enfrentándose al gobierno que tenía claras intenciones de invadir sus tierras. Pusieron una barricada en el puente principal que los une a la ciudad de Montreal. Les mandaron a la policía. Ellos los recibieron a balazos. Les mandaron al ejército. Los recibieron parados e inmóviles en medio de un silencio sepulcral y no pasaron. Siguieron fuertes presiones hasta que los Mohawk decidieron tirar dos de las enormes torres de luz que atraviesan la región y que son parte medular del sistema eléctrico de Quebec. El gobierno se retiró y los dejaron en paz.

Un día antes de partir, acampando en los bosques de Grenville, se desató al atardecer un aguacero descomunal. Y me puse a bailar bajo la lluvia, así como llegué al mundo, festejando el privilegio de poder regresar al caos de colores y magia revuelta e inspiradora de mi México lindo y querido.