sábado, 10 de septiembre de 2011

Ese rumor de vitalidad

"Es inútil. Todo vuelve a nacer.
Para la oscura boca que nos traga,
para el amor y el odio,
para el llanto,
aquí estamos.
Sobrevivientes del día de ayer,
con los ojos puestos a sercar al sol
y con el corazón extendido en la mano como una carta."
Jaime Sabines.
Verde, verde agua, verde humedad. Los árboles de la huerta se mecen al compás del viento manifestando su alegría de existir. La lluvia es en el desierto, esa reconfortante sensación que nos acuna en el tejado, ese rumor de vitalidad, aún en medio de la muerte que nos visita bajo inesperadas formas. Lo cotidiano se vistió de tragedia en estos tiempos, pero a la vez no deja de ser interesante el análisis de los acontecimientos. Una pareja decidió rentar una casa en un pueblo del desierto, a los pocos días, a sus 42 años y de manera sorpresiva, el hombre muere de un ataque al corazón. Ella se queda sola, vagando por las calles de ese fantasmagórico laberinto donde se mezclan el dolor y el olor del cuerpo sin bañarse. Como no había dinero para el funeral, llega el hermano del difunto a disponer los arreglos y resulta que es el hermano gemelo. Gran conmoción en la localidad, hasta que se aclara el asunto. La mujer pinta un mural enfebrecida, aún no se detiene. Mientras tanto, otro personaje llega al pueblo, se dice la reencarnación de Jesús, habla de su poder para transformar la materia y trata de conseguir seguidores en una empresa descabellada: Hay que detener el tren, con la fuerza de nuestro pensamiento y la fe podemos lograrlo. Se va a las vías y sucumbe aplastado. El viejito de la confitería que en realidad era tapadera para la venta de armas, fallece al saber que a su nieto lo agarró la policía con un kilo de mota. Los muertos en un mes. Cruces adicionales en el cementerio local. Y sigue la conmoción. Un hombre camina por la orilla de la carretera, encuentra varias identificaciones de mexicanos, credenciales de elector. En el conjunto aparece también la licencia de un chofer de autobús. El sujeto, en vez de acudir a la policía, las recoge y se las lleva a su casa. Luego, asustado borra sus huellas digitales y las quema. Nunca sabremos quiénes eran esas personas. No habrá un rastro ni respeto a su memoria, ni cruces, ni tumbas, simplemente se esfumaron de la faz de la tierra. Aquella mujer que se quemó la cara en un accidente doméstico sigue en rehabilitación. Los asalariados de las transnacionales reparten cuentas de colores, mientras miden y hacen cálculos de las posibles ganancias, dentro de sus camionetas con aire acondicionado. Otros niños nacen y otros más entraron por primera vez a la escuela. El hombre que vende los helados pinta un nuevo anuncio en su carrito. Será acaso el calor sofocante que lleva a las personas a cometer actos imprudentes, no hay paz en este mundo, sólo un gran caos en las cabezas. Si dejáramos de racionalizar y aprendiéramos de nuevo a seguir la intuición, acaso el vortex de la locura pasaría de lado sin arrastrarnos a los abismos de espejos donde sólo observamos imágenes distorsionadas de eso que creemos real. Todo está mutando. Ya varios de los viejos se han ido, y otros nuevos han llegado, con un costal lleno de esperanzas que se reflejan en sus caras sonrosadas. El mundo allá afuera gira como loco. El mundo de adentro se debate entre la confusión y el vértigo. ¿Dónde están los espacios soleados y el perfume de las flores? Están en el rumor de vitalidad que se adivina en el verde, en la lluvia, en los cántaros de barro. Y en los que quedamos aquí, en el temporal, sobreviviendo. Mientras haya un soplo de energía vital, aún en medio del autismo que nos paraliza, mientras podamos seguir contando historias.