jueves, 3 de noviembre de 2011

Firework

Alba en Matehuala. Ese día abrí los ojos con un ánimo sorprendente, un optimismo contagioso que a veces me acapara los sentidos. No lo puedo evitar, a pesar de los embates tan duros (madrazos para ser más explícita) que la vida me da para aprender, hay momentos en los cuales la alegría se me desborda por las moléculas. Menos mal. El caso es que aquella mañana el suplemento cultural Origen, que se publica en el periódico La Razón, vio la luz por primera vez, nació junto con un sol anaranjado y prometedor. Así que desayuné un plato de fruta, me di una ducha con spa y toda la cosa (mascarilla de jitomate y aceite de coco, já) me vestí de blanco, blanco sexy, y salí al mundo exterior. Lo primero que hice fue tomar una flor del parque, necesitaba una flor donada por la naturaleza. Luego, me fui al puesto de periódicos a comprar varios ejemplares y al llegar encontré a una señora que estaba leyendo el suplemento. Qué gusto me dio. Volví a casa a dejarlos y salí nuevamente. Esa mañana el sol calentaba rico, el aire diáfano, los aromas de las plantas, la señora que barría la calle, los corredores tempraneros, todo pintaba bien. Me fui a dar una vuelta a la ciudad, a ver a los amigos, para comunicarles la noticia. Me acordé que unos días antes, en casa de Karsten, mientras bebíamos vino junto a la chimenea, hablamos sobre la creación de una nueva sociedad y para ello, dijo mi amigo, es necesario raspar el punto de origen, otra vez tener la esencia en la mano. Estoy completamente de acuerdo, necesitamos buscar el origen pero reinventándonos, retomar rituales viejos y transmutarlos, como el del nacimiento, la pubertad, el amor, la muerte. Cosas nuevas que nos ayuden a volver a la esencia que perdimos en el camino de esta loca carrera de caballos desbocados que intentan alcanzar un espejismo. En la tarde, tuve que moverme hacia Real de Catorce, así que subí al Nautilus y antes de arrancar, noté por el espejo retrovisor, que en la parte de atrás de la camioneta había quedado el frijol, un puff enorme de color rojo, acervo de la familia que alguna vez nos dejara la amiga Ingrid antes de irse a las Noruegas. El caso es que me bajé, abrí la caseta, lo saqué y lo dejé en el garaje. O eso pensé. No me di cuenta de que se había quedado atorado en la puerta trasera. Luego, me instalé en la cabina, encendí el estéreo y escogí la canción de Katie Perry Firework y salí a la calle. Baby, you're a firework, Come on, let your colors burst, Make 'em go Oh, oh, oh… After a hurricane comes a rainbow… Me sentía sensacional, hasta mi parte argentina me decía “brishante che”. Boom, boom, boom, Even brighter than the moon, moon, moon, It's always been inside of you, you, you… la gente pasaba en sus vehículos y me hacía señas, yo pensaba, caray, todos me saludan hoy. Ignoraba que detrás mío, como una enorme pelota roja, iba rebotando el pobre puff. Pasó Argelio Yrízar en su camioneta y levantó la mano efusivamente. En el semáforo de la gasolinera del boulevard, todos me miraban, sho bailaba… ya por el rumbo de Ojo de Agua, y a punto de un colapso de felicidad, un taxista me indicó que algo pasaba con el Nautilus. Así que me detuve, pensando que se había ponchado una llanta o se había caído el mofle, algo que sucede a menudo y cuál fue mi sorpresa al encontrar al frijol rojo, pintado con manchas negras y marrones de polvo pero sobreviviendo, arrastrado como esas ridículas latas que cuelgan en los vehículos cuando alguien se casa. Qué barbaridad.
Entonces, en el viaje hacia Real, fui reflexionando acerca del ego. Recordé que Jodorowsky nos habla siempre de cuatro egos, el material, libidinal, intelectual y emocional y dice que son como las patas de un caballo, los cuatro nos llevan al movimiento, a avanzar. Normalmente tenemos algún tipo de desequilibrio y seguramente alguno de ellos predomina sobre los demás, entonces el caballo empieza a cojear y su avance se vuelve complejo. O se desboca. Otros por el contrario, como algunas corrientes del hinduismo, afirman que al ego hay que suprimirlo. Eso si está más difícil. Un amigo me dijo hace pocos días a propósito del tema: el ego es la enfermedad más normal y endémica de nuestra cultura, tan "dominante" ella y tan quisquillosa… eso porque me molesté ya que por un error mi nombre no apareció en la invitación a una exposición colectiva de fotografía. Nos dimos un buen agarrón. Personalmente, me pegó el ego naif, es decir, he vivido en el rancho tantos años que la verdad me hacía ilusión ver mi nombre en la marquesina, junto con otros fotógrafos tan chidos. Pero me pregunto ¿Es ego querer exponer el trabajo de uno? ¿Es ego salir en la televisión? ¿O que sea la musa de un poeta? ¿Es ego vestir de blanco sexy porque estoy contenta? ¿O que llamen de un periódico y me pidan fotos? ¿No es acaso linda la sensación del ego encrespado cuando alguien te observa con admiración y deseo? ¿Escribir estas cartas desde Real y publicarlas? ¿Sentir una gran felicidad porque se concreta un proyecto como Origen? Encontrar el límite entre el amor propio, la finalidad del artista, la necesidad de sentirse aceptado, la humildad, la vanidad, la desfachatez, la travesura, la autocrítica, la falsa modestia, las ganas de contar algo, la suerte, el talento o la falta de él, la candidez y la malicia.  Es como el puff que rebotaba entre las notas musicales ¿no? You just gotta ignite, the light, and let it shine…Aunque sea cojeando, pero hay que seguir.
Junto con mis hijos, cosimos y limpiamos el frijol, que remendado reposa, en la sala de nuestro hogar.