Por Mercedes Aquino
Fui a recoger mi gafete de prensa con Gaby, allá en un conocido hotel del centro, la base de operaciones del Desfile de Modas de los diseñadores Pineda Covalín que organizó la presidencia este mes. El evento iba a empezar a las ocho de la noche. El sol acababa de asomarse a entibiarnos con su presencia luego de casi diez días de lluvia. El pueblo vibraba efervescente. Las modelos caminaban desatando murmullos de admiración a su alrededor. Llegué a la calle principal, la dorada luz de la tarde bañaba el empedrado lleno de gente. Kadafi en su camioneta recogía a Marisol y sus chalinas. Un perro, acostado junto al de los elotes se rascaba las pulgas. Alan daba un masaje en su silla morada, haciendo sus respiraciones. Los policías en la esquina vigilaban el tránsito. Un guitarrista y un tamborilero amenizaban con música de trova la comida que hacían varias personas en un puesto de gorditas. Para que no digan que en Real ya no hay ese ambiente bohemio. A veces sí, a veces no. Si te toca suerte, hasta puedes ver algo sobrenatural. Comencé a caminar rumbo a la plaza de toros. Pasando junto a la casa de Beatriz, inundó mi olfato un aroma a leña y elotes hirviendo. Como del Real de antes. Algunos artesanos fueron acomodados por el rumbo de la Casa de Cantera. Había un puesto donde vendían extensiones para el cabello, una cosa muy teatral. Allí estaba una pareja con sus tres hijos, ella rubia, él parecía un travestido, yo diría el gemelo de Boy George. Tenían un puesto extraño, aún para nuestras costumbres. Siguiendo me encontré a Martita paseando de la mano con su novio. Ana daba papilla a su bebé en las mesas del comedor de Juana. Ya el tono del crepúsculo se posaba en las montañas. En el estacionamiento del puente Zaragoza, vi una combi acampando, de esas con el techo que se levanta. Dentro se escuchaba música de Bob Marley. Pasó a mi lado la ambulancia, con el doctor Samuel inmaculado en su bata blanca, con el estetoscopio y la barba siempre elegantemente recortada. Martina, la de las plantas medicinales estaba muy envuelta en su rebozo, me detuve a saludarla, le pregunté si tenía mucho frío y me dijo -Es que cuando te haces viejo los huesos se te entumen mercé- En ese momento llegó Arturito Tristán y Martina le preguntó que porqué iba tan elegante, que si le tocaba hacerla de mesero en la carpa esa blanca de la plaza de toros, para que le guardara entonces un taquito, a lo que él respondió -Bueno, aunque sea bajo el brazo para que se mantenga caliente-. Continuando la bajada hacia el panteón, un niño orinaba atrás de un carro allí frente al hotel de Manuel. Policías en moto iban y venían. En la cantina de Tábares un grupo de hombres se tomaban su cerveza de la tarde. Llegué a la carpa. Lona blanca, piso blanco, un ambiente de lo más refinado. El lugar se veía completamente diferente. En la entrada habían hecho un pasillo de palmas. El sol se reflejaba en las copas de cristal, las mesas tenían manteles blancos con dorado, las sillas eran doradas también, de plástico imitación bambú, platos dorados, pétalos de agapanto violeta decoraban los centros de las mesas, algunas de las cuales eran de cristal con bases de mármol iluminadas por dentro con luces de un rojo suave. Allá al fondo, en la explanada del escombro, una tienda de campaña. Don Jorge Quijano estaba anacrónicamente elegante con su traje negro, corbata blanca y la reluciente calva. Hugo y German probando el sonido. Agachada junto a ellos, una de las modelos, la rubia, fumaba. Enrique repartía los gafetes. Tere y Reina ayudaban a Gaby. Me acerqué al fondo y me senté en una de las mesas destinadas a la prensa. Los periodistas de las revistas famosas, miraban a su alrededor con cara de suficiencia y hastío, uno de ellos se mordía la uñas. Humberto Fernández hizo su aparición, creando un efecto teatral que me encanta. Es un personaje del pueblo, restaurantero, hotelero y actor de Hollywood, entre otras cosas. Algunos lo ven como un excéntrico pero él siempre se ríe de todo. Su vestimenta era espectacular. Con sombrero de plumas negras, su chamarra de pirata y ese puro que siempre lo acompaña. Los meseros circulaban alrededor de las mesas, sirviendo toda clase de licores, un grupo de huicholes con sus adornados sombreros de pluma, esperaba a un lado. Comenzaron a llegar los políticos, las señoras de sociedad, un par de senadores, más prensa, un subsecretario, los empresarios. Enrique y El Cañas, quien por cierto lucía elegantísimo, iban de un lado a otro. La prensa se volvió loca sacando fotos de los huicholes. Comenzó el espectáculo con unas palabras de Petra, la presidenta municipal. Luego, los huicholes danzaron en un círculo, realizando una bendición tradicional. El de hasta adelante movía el muvieri, las mujeres lanzaban risillas y se tapaban la boca, con pena. Se tardó un rato y la bendición no terminaba. Por fin, salieron del ruedo para dar paso al siguiente número. El sonido del djiridou invadió la noche. El muchacho tocaba muy bien. Luego apareció un hombre con un tórax, qué tórax señores, un efebo lleno de tatuajes. Llevaba un aro con varias antorchas de fuego. Su espectáculo fue muy impresionante, sincronizado y estético. Entonces comenzó la música y fue un gusto ver a mis amigas las modelos, a las que había conocido el día anterior Tibisay, Irene y Jazmín, unas personas de lo más sencillas y agradables, quienes junto con el resto del grupo, iniciaron un desfile de mariposas que culminó con la presentación de un vestido con alas de más de cuatro metros que fluctuaban y viajaban a través de la brisa de la noche. Cuánta belleza. No me refiero únicamente a las modelos, que de por si son mujeres con características físicas particulares. Me refiero a la estética de los trajes, del movimiento, de las telas, de los colores y diseños vanguardistas y a la vez tan originalmente mexicanos. Los meseros miraban embobados, y cuando anunciaron el final, salieron todos disparados hacia la cocina, ya que por un momento habían olvidado su trabajo. Cristina Pineda y Ricardo Covalín hacen más que el diseño de prendas de vestir, hacen arte sobre el cuerpo. Cuando terminó la pasarela, vi a una mujer vestida de negro que limpiaba sus labios en una servilleta mientras su amiga le mostraba una foto en primer plano del modelo rubio. Los empleados de la presidencia sacaban fotos, don Jorge hasta tenía dos cámaras. Una niña huichola bien pequeñita fue la encargada de entregar los reconocimientos que eran máscaras de chaquira. La Banda R14 tocaba dianas en la entrega de cada reconocimiento. Al salir se me había ido el sueño, así que dirigí mis pasos al Club Social. Conocí a Domenico el efebo del tórax tatuado y tuvimos una plática muy bonita. Me contó que está realizando audiciones para el Cirque du Soleil, es una persona de veras muy interesante. Me divertí bailando un rato con los amigos. Como ando de soltera, alguien se ofreció amablemente a acompañarme de regreso. Con tantos años de vivir apartada una va perdiendo la malicia, pero de que se trataba de acompañarme pero por lo oscurito lo comprendí enseguida. Rechacé la oferta con una agradable tibieza (lo confieso) en mi ego encrespado. Fui caminando por las calles y extendí los brazos, imaginando ser un ave nocturna, una mariposa haciendo acrobacias de seda, fluctuando al ritmo apasionado de la brisa. Volví a casa volando.
Fui a recoger mi gafete de prensa con Gaby, allá en un conocido hotel del centro, la base de operaciones del Desfile de Modas de los diseñadores Pineda Covalín que organizó la presidencia este mes. El evento iba a empezar a las ocho de la noche. El sol acababa de asomarse a entibiarnos con su presencia luego de casi diez días de lluvia. El pueblo vibraba efervescente. Las modelos caminaban desatando murmullos de admiración a su alrededor. Llegué a la calle principal, la dorada luz de la tarde bañaba el empedrado lleno de gente. Kadafi en su camioneta recogía a Marisol y sus chalinas. Un perro, acostado junto al de los elotes se rascaba las pulgas. Alan daba un masaje en su silla morada, haciendo sus respiraciones. Los policías en la esquina vigilaban el tránsito. Un guitarrista y un tamborilero amenizaban con música de trova la comida que hacían varias personas en un puesto de gorditas. Para que no digan que en Real ya no hay ese ambiente bohemio. A veces sí, a veces no. Si te toca suerte, hasta puedes ver algo sobrenatural. Comencé a caminar rumbo a la plaza de toros. Pasando junto a la casa de Beatriz, inundó mi olfato un aroma a leña y elotes hirviendo. Como del Real de antes. Algunos artesanos fueron acomodados por el rumbo de la Casa de Cantera. Había un puesto donde vendían extensiones para el cabello, una cosa muy teatral. Allí estaba una pareja con sus tres hijos, ella rubia, él parecía un travestido, yo diría el gemelo de Boy George. Tenían un puesto extraño, aún para nuestras costumbres. Siguiendo me encontré a Martita paseando de la mano con su novio. Ana daba papilla a su bebé en las mesas del comedor de Juana. Ya el tono del crepúsculo se posaba en las montañas. En el estacionamiento del puente Zaragoza, vi una combi acampando, de esas con el techo que se levanta. Dentro se escuchaba música de Bob Marley. Pasó a mi lado la ambulancia, con el doctor Samuel inmaculado en su bata blanca, con el estetoscopio y la barba siempre elegantemente recortada. Martina, la de las plantas medicinales estaba muy envuelta en su rebozo, me detuve a saludarla, le pregunté si tenía mucho frío y me dijo -Es que cuando te haces viejo los huesos se te entumen mercé- En ese momento llegó Arturito Tristán y Martina le preguntó que porqué iba tan elegante, que si le tocaba hacerla de mesero en la carpa esa blanca de la plaza de toros, para que le guardara entonces un taquito, a lo que él respondió -Bueno, aunque sea bajo el brazo para que se mantenga caliente-. Continuando la bajada hacia el panteón, un niño orinaba atrás de un carro allí frente al hotel de Manuel. Policías en moto iban y venían. En la cantina de Tábares un grupo de hombres se tomaban su cerveza de la tarde. Llegué a la carpa. Lona blanca, piso blanco, un ambiente de lo más refinado. El lugar se veía completamente diferente. En la entrada habían hecho un pasillo de palmas. El sol se reflejaba en las copas de cristal, las mesas tenían manteles blancos con dorado, las sillas eran doradas también, de plástico imitación bambú, platos dorados, pétalos de agapanto violeta decoraban los centros de las mesas, algunas de las cuales eran de cristal con bases de mármol iluminadas por dentro con luces de un rojo suave. Allá al fondo, en la explanada del escombro, una tienda de campaña. Don Jorge Quijano estaba anacrónicamente elegante con su traje negro, corbata blanca y la reluciente calva. Hugo y German probando el sonido. Agachada junto a ellos, una de las modelos, la rubia, fumaba. Enrique repartía los gafetes. Tere y Reina ayudaban a Gaby. Me acerqué al fondo y me senté en una de las mesas destinadas a la prensa. Los periodistas de las revistas famosas, miraban a su alrededor con cara de suficiencia y hastío, uno de ellos se mordía la uñas. Humberto Fernández hizo su aparición, creando un efecto teatral que me encanta. Es un personaje del pueblo, restaurantero, hotelero y actor de Hollywood, entre otras cosas. Algunos lo ven como un excéntrico pero él siempre se ríe de todo. Su vestimenta era espectacular. Con sombrero de plumas negras, su chamarra de pirata y ese puro que siempre lo acompaña. Los meseros circulaban alrededor de las mesas, sirviendo toda clase de licores, un grupo de huicholes con sus adornados sombreros de pluma, esperaba a un lado. Comenzaron a llegar los políticos, las señoras de sociedad, un par de senadores, más prensa, un subsecretario, los empresarios. Enrique y El Cañas, quien por cierto lucía elegantísimo, iban de un lado a otro. La prensa se volvió loca sacando fotos de los huicholes. Comenzó el espectáculo con unas palabras de Petra, la presidenta municipal. Luego, los huicholes danzaron en un círculo, realizando una bendición tradicional. El de hasta adelante movía el muvieri, las mujeres lanzaban risillas y se tapaban la boca, con pena. Se tardó un rato y la bendición no terminaba. Por fin, salieron del ruedo para dar paso al siguiente número. El sonido del djiridou invadió la noche. El muchacho tocaba muy bien. Luego apareció un hombre con un tórax, qué tórax señores, un efebo lleno de tatuajes. Llevaba un aro con varias antorchas de fuego. Su espectáculo fue muy impresionante, sincronizado y estético. Entonces comenzó la música y fue un gusto ver a mis amigas las modelos, a las que había conocido el día anterior Tibisay, Irene y Jazmín, unas personas de lo más sencillas y agradables, quienes junto con el resto del grupo, iniciaron un desfile de mariposas que culminó con la presentación de un vestido con alas de más de cuatro metros que fluctuaban y viajaban a través de la brisa de la noche. Cuánta belleza. No me refiero únicamente a las modelos, que de por si son mujeres con características físicas particulares. Me refiero a la estética de los trajes, del movimiento, de las telas, de los colores y diseños vanguardistas y a la vez tan originalmente mexicanos. Los meseros miraban embobados, y cuando anunciaron el final, salieron todos disparados hacia la cocina, ya que por un momento habían olvidado su trabajo. Cristina Pineda y Ricardo Covalín hacen más que el diseño de prendas de vestir, hacen arte sobre el cuerpo. Cuando terminó la pasarela, vi a una mujer vestida de negro que limpiaba sus labios en una servilleta mientras su amiga le mostraba una foto en primer plano del modelo rubio. Los empleados de la presidencia sacaban fotos, don Jorge hasta tenía dos cámaras. Una niña huichola bien pequeñita fue la encargada de entregar los reconocimientos que eran máscaras de chaquira. La Banda R14 tocaba dianas en la entrega de cada reconocimiento. Al salir se me había ido el sueño, así que dirigí mis pasos al Club Social. Conocí a Domenico el efebo del tórax tatuado y tuvimos una plática muy bonita. Me contó que está realizando audiciones para el Cirque du Soleil, es una persona de veras muy interesante. Me divertí bailando un rato con los amigos. Como ando de soltera, alguien se ofreció amablemente a acompañarme de regreso. Con tantos años de vivir apartada una va perdiendo la malicia, pero de que se trataba de acompañarme pero por lo oscurito lo comprendí enseguida. Rechacé la oferta con una agradable tibieza (lo confieso) en mi ego encrespado. Fui caminando por las calles y extendí los brazos, imaginando ser un ave nocturna, una mariposa haciendo acrobacias de seda, fluctuando al ritmo apasionado de la brisa. Volví a casa volando.