Por Mercedes Aquino
Avanzando por la extensa cuenca del valle donde se asienta el poblado de Cedral, bajo el cerro del Fraile, iba pensando que ante el espectáculo del verdor dejado por las intensas lluvias, el aire cristalino y las dramáticas nubes que anuncian tormenta no es difícil imaginar el momento, hace millones de años, en que enormes mamuts y dinosaurios llegaban a beber a este lugar. Cerrando los ojos, casi podía sentir su presencia. De repente, junto al camino vi unas enormes aves de rapiña. Me detuve y mientras del cielo comenzaban a caer unas sutiles gotas de agua, comprobé que unos quince carroñeros estaban en torno a algo enorme. Pero no era un cadáver, era algo de color blanco. Me acerqué y las aves se alejaron, no muy contentas imagino. Se trataba de un montón de desperdicios. Un olor nauseabundo inundaba el ambiente, subí un pequeño promontorio y ante mí se extendió un paisaje desolador. El basurero municipal. Di la vuelta y me acerqué por la entrada principal. Encontré a unas personas en aquél océano de inmundicia. Había dos niños y unos ocho adultos aproximadamente. En otra parte se veía una pequeña y destartalada camioneta amarilla que penosamente arrastraba un remolque lleno de botellas de plástico. Me acerqué al grupo. Pregunté por el encargado que resultó llamarse Cecilio, don Cecilio. Los demás eran casi todos sus familiares, incluidos los niños, sus nietos. Estaban con las piernas introducidas hasta la rodilla dentro a la basura, separando, aventado hacia un lado las botellas de plástico, las latas. El hedor era insoportable y nubes de moscas se levantaban a nuestro alrededor con cada paso. Un perro negro con manchas blancas hurgaba junto con ellos. Los señores detuvieron un momento su trabajo, se prendieron un cigarrito (casi todos fuman) y entre bromas aceptaron retratarse. Los niños, Alejandro y Brandon fueron un poco más reservados, sobre todo el pequeñito, no le gustó mucho la cámara. En un momento encontró un camión de plástico roto. Se puso a jugar en aquel paisaje. ¿Puede haber una imagen más patética y desgarradora de la era moderna? me pregunté. La mamá de los niños Aureliana, me contó que es madre soltera de seis chiquillos, Alejandro tiene diez años y no va a la escuela porque le ayuda a ella juntando basura para mantenerse. Seguí el recorrido. En medio de la enorme cantidad de desperdicios estaba una retroexcavadora completamente oxidada y junto a ella crecían unas esplendorosas flores violetas. En un promontorio encontré una pistola de plástico, cuyo color azul resaltaba en medio del sol que por momentos dejaban asomar los nubarrones que ya iban acercando la tormenta desde el este. Mis zapatos estaban llenos de una sustancia pegajosa cuando me acerqué a la camioneta amarilla. Allí me encontré a Miguel, quien recoge plástico, vidrio y aluminio para llevarlo a Matehuala, donde tiene una pequeña empresa que se dedica a la reciclar. Me sorprendió mucho hallar a un ecologista, pero ¿qué mejor lugar que el basurero? Me contó que en una ocasión intentó dar pláticas en una secundaria acerca del manejo de residuos, pero al ver la escasa participación de los alumnos, una maestra le dijo que mejor ya no siguiera perdiendo su tiempo. El remolque de la camioneta estaba lleno de costales gigantescos donde Miguel se lleva las botellas. Si este basurero te sorprende, me dijo, deberías ir al de Matehuala. Allí presencias escenas desgarradoras, como que un perro coma de un recipiente y después lo recolectores lo usen para su comida.
Volviendo hacia el grupo de Cecilio, recordé que esa misma mañana salí de la casa con una bolsa de basura que fui a depositar al contenedor. Y al ver a estas personas sumidas en los desperdicios, entre los cuales seguramente estaban los míos, decidí ser todavía más cuidadosa a la hora de reciclar. Brandon seguía jugando con el camioncito roto. El perrito encontró una botella de plástico y se puso a morderla. El niño sonreía tranquilo en el medio de aquel mar de desechos, perdido en un mundo de fantasía, mientras las moscas se posaban en su pelo. Sobre el camión, puso algo verde, me acerqué para ver de qué se trataba. Era la cabeza de un muñeco, un dinosaurio.
Avanzando por la extensa cuenca del valle donde se asienta el poblado de Cedral, bajo el cerro del Fraile, iba pensando que ante el espectáculo del verdor dejado por las intensas lluvias, el aire cristalino y las dramáticas nubes que anuncian tormenta no es difícil imaginar el momento, hace millones de años, en que enormes mamuts y dinosaurios llegaban a beber a este lugar. Cerrando los ojos, casi podía sentir su presencia. De repente, junto al camino vi unas enormes aves de rapiña. Me detuve y mientras del cielo comenzaban a caer unas sutiles gotas de agua, comprobé que unos quince carroñeros estaban en torno a algo enorme. Pero no era un cadáver, era algo de color blanco. Me acerqué y las aves se alejaron, no muy contentas imagino. Se trataba de un montón de desperdicios. Un olor nauseabundo inundaba el ambiente, subí un pequeño promontorio y ante mí se extendió un paisaje desolador. El basurero municipal. Di la vuelta y me acerqué por la entrada principal. Encontré a unas personas en aquél océano de inmundicia. Había dos niños y unos ocho adultos aproximadamente. En otra parte se veía una pequeña y destartalada camioneta amarilla que penosamente arrastraba un remolque lleno de botellas de plástico. Me acerqué al grupo. Pregunté por el encargado que resultó llamarse Cecilio, don Cecilio. Los demás eran casi todos sus familiares, incluidos los niños, sus nietos. Estaban con las piernas introducidas hasta la rodilla dentro a la basura, separando, aventado hacia un lado las botellas de plástico, las latas. El hedor era insoportable y nubes de moscas se levantaban a nuestro alrededor con cada paso. Un perro negro con manchas blancas hurgaba junto con ellos. Los señores detuvieron un momento su trabajo, se prendieron un cigarrito (casi todos fuman) y entre bromas aceptaron retratarse. Los niños, Alejandro y Brandon fueron un poco más reservados, sobre todo el pequeñito, no le gustó mucho la cámara. En un momento encontró un camión de plástico roto. Se puso a jugar en aquel paisaje. ¿Puede haber una imagen más patética y desgarradora de la era moderna? me pregunté. La mamá de los niños Aureliana, me contó que es madre soltera de seis chiquillos, Alejandro tiene diez años y no va a la escuela porque le ayuda a ella juntando basura para mantenerse. Seguí el recorrido. En medio de la enorme cantidad de desperdicios estaba una retroexcavadora completamente oxidada y junto a ella crecían unas esplendorosas flores violetas. En un promontorio encontré una pistola de plástico, cuyo color azul resaltaba en medio del sol que por momentos dejaban asomar los nubarrones que ya iban acercando la tormenta desde el este. Mis zapatos estaban llenos de una sustancia pegajosa cuando me acerqué a la camioneta amarilla. Allí me encontré a Miguel, quien recoge plástico, vidrio y aluminio para llevarlo a Matehuala, donde tiene una pequeña empresa que se dedica a la reciclar. Me sorprendió mucho hallar a un ecologista, pero ¿qué mejor lugar que el basurero? Me contó que en una ocasión intentó dar pláticas en una secundaria acerca del manejo de residuos, pero al ver la escasa participación de los alumnos, una maestra le dijo que mejor ya no siguiera perdiendo su tiempo. El remolque de la camioneta estaba lleno de costales gigantescos donde Miguel se lleva las botellas. Si este basurero te sorprende, me dijo, deberías ir al de Matehuala. Allí presencias escenas desgarradoras, como que un perro coma de un recipiente y después lo recolectores lo usen para su comida.
Volviendo hacia el grupo de Cecilio, recordé que esa misma mañana salí de la casa con una bolsa de basura que fui a depositar al contenedor. Y al ver a estas personas sumidas en los desperdicios, entre los cuales seguramente estaban los míos, decidí ser todavía más cuidadosa a la hora de reciclar. Brandon seguía jugando con el camioncito roto. El perrito encontró una botella de plástico y se puso a morderla. El niño sonreía tranquilo en el medio de aquel mar de desechos, perdido en un mundo de fantasía, mientras las moscas se posaban en su pelo. Sobre el camión, puso algo verde, me acerqué para ver de qué se trataba. Era la cabeza de un muñeco, un dinosaurio.