Yo sé
de las estrellas que hay que navegar para seguir
Y de los caminos que se abren
Y sé que de tus pasos está lleno el corazón.
Rocío Barragán, fragmento
He pasado un largo período esperando
que se volviera a llenar la fuente para garrapatear y continuar con estas
Cartas desde Real, que se quedaron suspendidas mientras mi atención se centraba
en otras cosas, como vivir por ejemplo. Ahora
regreso escribiendo desde las entrañas de una ciudad mediana del norte de
México, en un día helado pero con sol. El cielo es tan cristalino, que casi se
pueden tocar las nubes y las tonalidades plomizas me recuerdan un poco esos
estados de melancolía que a todos nos agarran por momentos, a veces
inesperadamente. Tendré que cambiar el nombre del blog. Ya pensaré algo. Cuando me veo en este entorno, rodeada de máquinas,
cemento, autos, carreteras, fábricas, chimeneas enormes arrojando humo negro, supermercados,
camiones de basura, distribuidores viales, antenas, cines y gente pidiendo
limosna, me acuerdo de las espinas que protegen plantas hermosas y delicadas
allá en el desierto. Cuando siento en la
piel de mi rostro el viento frío, trato de escuchar los cánticos antiguos que me
susurraban las serpientes, preguntándome
¿Cuál es mi finalidad ahora? Vine a este sitio motivada por resortes internos: un
espejismo de amor, un mejor futuro para mis hijos, unas ganas de conocer gente
nueva, de trasmutar el presente. He estado intentando encontrar quien soy aquí,
porque se me ha movido el tapete grueso. Me he caracterizado en diferentes personajes a
lo largo de la vida. He sido una gran navegante y lo digo así, sin modestia.
Uno paga un precio cuando se decide a ser aventurero, así que tengo el alma y
el cuerpo lleno de cicatrices. Como todos nosotros, he tenido que ser mi propia
sanadora. Me sigue gustando despeinar las ideas y continuar adelante en el tiempo.
El concepto del tiempo, el kronos, es el tiempo medible al que estamos acostumbrados
cuando miramos el reloj, el que nos mantiene esclavos de los apegos, el que nos
hace temerle al tic tac que resuena en los oídos como un martillo inexorable en
esta casa citadina, el que nos llena de arrugas y de experiencia. Por su
parte, el kairos, es el tiempo mágico,
el tiempo nutricio, renovador, sagrado, que no se aprecia en el día a día, por
su condición evanescente. Es difícil entrever la magia en medio de este
acompasar de manecillas aún en las más intrépidas navegaciones. Sin embargo,
los años de experiencia me dicen que está allí, que hay una tarea por llevar a
cabo, que no debo cesar en mis intentos. Aunque la ciudad me está resultando un
hueso duro de roer, luego de tanto tiempo de vivir en la tierra de Wirikuta. La
poesía está en el interior, no importa en que sórdido paraje o en que bosque
soleado pueda estar el cuerpo que habito ahora. Sólo que aquí de a ratos se me
esconde. Me pregunto cómo le hicieron los amigos que tuvieron que irse de Real
de 14.
Seguramente se trata sólo del proceso
de adaptación. Por ejemplo, me gusta caminar en las calles del centro, llenas
de mansiones viejas de ladrillos y portones labrados en madera desportillada
por los años. Me gusta la alameda y sobre todo sentarme en una banca frente esa
vieja y misteriosa casona. Es blanca con numerosos tejados en metal gris y
tiene unas ventanas ovaladas en el ático. Parece uno de esos castillos de
cuento de terror, gótico hasta los cimientos, con una galería redonda y
enredaderas que asoman por las ventanas del sótano. Si pudiera, viviría allí….ah
en ese lugar de seguro si me encontraría vestigios de kronos y kairos juntos.
Pero por el momento, aquí estoy
derritiendo mis nostalgias al calor de la estufa, mientras el tic tac del reloj
y el eco de los pasos que guían mi
corazón cuchichean: paciencia fénix, paciencia.
Voy a gritar
desde los labios sangrados
y que me oiga
el vacío para que arda, no importa si estoy perdida
entre cuatro
paredes de esta cuidad amurallada,
Sobrevivo
entre la gente, en esta niebla ciega
Lavando las
pieles que me habitan
con miedo, con
placer, con sangre
como una
poseída, con el cuerpo cubierto
de aguijones
candentes,
con huecos de
luz
donde mi
corazón sale de noche y vivo.
Sobrevivo
entre la gente, con un rayo de fuego
clavado en mi
interior como un estigma.
La ciudad
duerme y conmigo,
he de navegar
estrellas hasta la última luz.
Rocío
Barragán,adaptación 1992.