martes, 18 de marzo de 2014

Resonancias

No es fácil ser cronopio. Lo sé por razones profundas,
por haber tratado de serlo a lo largo de mi vida;
conozco los fracasos, la renuncias y las traiciones.
Ser fama o esperanza es simple, basta
con dejarse ir y la vida hace el resto.
Ser cronopio es contrapelo, contraluz, contranovela,
contradanza, contratodo, contrabajo,
contrafagote, contra y recontra,
cada día contra cada cosa
que los demás aceptan y tienen fuerza de ley.
Julio Cortázar.

A veces nos arremeten ciertos estados de ánimo que parecieran inexplicables y más bien no lo son.  Se aparecen de repente cuando uno se da cuenta de que todavía no encuentra su verdadero lugar cósmico dentro del entramado de la vida, o cuando se admite que el miedo principal de todo ser humano, el miedo a la nada, a la desaparición, a la muerte, está allí, agazapado tras la cotidianeidad, para recordarnos la inexorabilidad del ser. Entonces uno se pregunta si en verdad está haciendo lo correcto, si de verdad existe esa red que une todas las cosas para darle algún sentido a nuestra existencia. He descubierto que soy una cronopia, y esa certeza me da una tregua.  Cronopio es un concepto acuñado por Julio Cortázar para designar a los seres portadores de eros y libertad, que tienen el corazón bondadoso y son seres tibios, desordenados, tristes. La ternura que le inspiran a su autor se contagia fácilmente a los lectores. Los relatos de cronopios, suelen ser sutilmente melancólicos, amables pero incisivos, rasgos que el estilo comparte con ellos mismos. Son también congénitamente  optimistas, irrealistas, innovadores y despreocupados. Y sí, casi todo eso me acomoda. A lo mejor no soy yo, sino la resonancia mórfica, tema desarrollado por Rupert  Sheldrake en su obra  A New Science of Llife. El autor es un bioquímico de fama mundial que rechaza el esquema del universo mecánico y cree en la existencia de una memoria colectiva dentro de las especies. Este planteamiento revolucionario ha supuesto una auténtica conmoción en el mundo científico y académico. Muchos lo han definido como un buen candidato para quemar en la hoguera. Por eso me encanta. Él dice que cuando los químicos, por ejemplo, consiguen que un determinado producto cristalice en una parte del mundo, resulta más sencillo cristalizarlo en cualquier otro lugar. Después de que las ratas de un laboratorio en Harvard aprenden a escapar de un laberinto, las ratas de Melbourne (Australia) escapan mucho más rápidamente de un laberinto similar. ¿Por qué y cómo? El doctor Sheldrake denomina a este proceso  resonancia mórfica, una expresión con la que se refiere al modo en que formas y conductas de organismos pasados influyen sobre organismos presentes. O como diría McLuhan, otro candidato idóneo según sus detractores, para tal fin abrasador "el mundo de la mecánica cuántica, de la nueva física, representa un cosmos en el cual no hay conexiones sino sólo intervalos resonantes, como en el tacto.Cuando se toca algo, no se hacen conexiones sino que se crea resonancia. El mundo actual, donde los cambios tienen lugar a la velocidad de la luz, es el mundo del intervalo resonante, del tacto, de la actitud mágica hacia el lenguaje, producida delicadamente por el oído". ¿Por qué menciono esto? Porque a lo mejor los cronopios que deambulamos por el planeta, somos producto de una resonancia mórfica (señoras y señores, no estamos solos), y esos estados de melancolía, esa manera de ser portadores de eros y libertad, esa ensoñación, esa forma naif de relacionarnos con el entorno, de creer en los peces de colores y en la paz universal, sí son una certeza del entramado divino (ya ves padre que no creo en las victorias pírricas). Una afirmación de que el mundo está lleno de seres diversos y que no todos podemos ser santos o hijos de la chingada. En mi texto anterior mencioné algo de Saidi Ahuerma:  Las  experiencias y vivencias de cada ser son diferentes, únicas y originales, porque es única su órbita y las circunstancias que determinan cada instante de su transcurrir sólo a él le pertenecen, eslabones de la trama de causas y efectos que él mismo ha creado.  Si es así, entonces… ¿Soy absolutamente responsable de TODO lo que me sucede? Caray, ese sí que es un bulto grande para cargar. Quiero creer que soy la causa de tan sólo una pequeña parte, pues a veces la vida nos da unas bofetadas tremendas y no me considero secuaz del marqués de Sade. Admitiendo que me gusta estar en el borde de la ola y en ciertos períodos el universo me trata como una diosa. Tal vez la resonancia mórfica hace que a veces la nostalgia se  trepe como una enredadera a la cual yo no invité a pasar hasta la cocina, sino que en algún lugar, dentro de la red-mátrix, todos estemos viviendo algo similar, en forma de pregunta sin respuesta, en forma de algoritmo para resolver, en forma de un laberinto. O a lo mejor se trata de una especie de combustible galáctico (me acordé de vos Simona) que nos da la materia prima para que nuestros motores sensoriales-emocionales-espirituales funcionen y nos permitan,  simple y llanamente CAMINAR.





domingo, 9 de marzo de 2014

De libros y órbitas

El día se anunciaba soleado, así que se me antojó dar una vuelta por la Alameda de la ciudad. Entre los árboles, la luz matinal se filtraba como un poema. Al posarse sobre el césped recién cortado y reflejarse en los troncos, me regalaba una imagen de sutil belleza. Podría ser un pedacito de cualquier bosque susurrante, o aquel jardín en donde uno quisiera reposarse de las fatigas de ciertos viajes, apoyado en un mantel de cuadros, con una canasta de viandas y un buen libro. Pasé frente al lago para sentarme en una de las bancas predilectas, aquella que está frente a la “casa de mi obsesión”. Aún no le puse nombre. Dicen que años atrás fue una escuela de música y que hay fantasmas en ella. Me llama siempre. Es como un imán. Al ver ese huerto abandonado, dan ganas de arremangarse la blusa y los pantalones para arreglarlo hasta que vuelva a vivir. La casa está vacía y la rentan. Su precio, sobrepasa completamente mis posibilidades. Si pudiera habitar allí, me sentaría en la galería redonda, con la certeza de que llegaría una nube de visiones a posarse en mi cabeza, como un enjambre. Y llenaría el jardín de flores perfumadas.  Suspirando, regresé a la realidad y noté a unos policías levantando multas. Volví  al automóvil.  Avanzando entre el tráfico por la calle Purcell,  la sincronicidad hizo que me detuviera en una librería de usados, llamada “Rodríguez”. Ya hacía rato que tenía ganas de conocer ese lugar. Visto desde afuera, es un local pequeño, pero al entrar me llevé una gran sorpresa. Una fila interminable de textos, un señor de cabellos blancos que leía tras un escritorio. Otro sentado frente a él, con una coleta trenzada de pelo también níveo. Conversaban sobre los símbolos, una cierta traducción y los estados modificados de conciencia. Comencé recorriendo los anaqueles mientras el coloquio de estos individuos se desarrollaba en el fondo, como parte de la ambientación que sólo quien es bibliófilo sabe que es posible encontrar en un sitio como este. Al principio, me concentré en los ejemplares. Abrí casualmente un libro de Ángeles Mastretta, El cielo de los leones y encontré la cita “No temas al instante”. Lo coloqué sobre el escritorio del dueño y seguí explorando. Encontré  Del Ser y su manifestación en el arte, de Saidi Ahuerma. También lo abrí al azar, aplicando la bibliomancia que tanto me gusta y encontré lo siguiente: El ser humano es un verdadero y complejo acumulador y transformador de la energía cósmica, no es solamente un  canal por el cual la energía pasa, sino que dentro de él se elaboran procesos de gran complejidad, que pueden dar formas diversas a la energía que él recibe como rayo invisible y también como alimento. La trayectoria de cada ser es diferente y única. Y se cumple a través de los períodos de vida y no vida. Las  experiencias y vivencias de cada ser son diferentes, únicas y originales, porque es única su órbita y las circunstancias que determinan cada instante de su transcurrir sólo a él le pertenecen, eslabones de la trama de causas y efectos que él mismo ha creado. Me atrajo de inmediato y lo puse en la pila sobre el escritorio. El señor de la coleta se retiró. Después de un rato, en el cual fui por el termo con café que traía en el auto, me di cuenta de que en un día sería imposible ver todos esos volúmenes. Entonces acercándome al dueño le dije: Que lindo trabajo tiene usted caballero. Y de ahí comenzó una conversación que se prolongó lo suficiente para descubrir que este personaje, llamado Rufino, maneja todo un universo personal de vivencias increíbles, que se relacionan con los petroglifos, los campamentos bajo las estrellas, las pinturas rupestres, las piedras y su historia. Rufino me mostró decenas de fotografías de los petroglifos de Coahuila. Observé encantada la maravilla de los diseños, algunos psicodélicos, otros figurativos, otros poseedores de una armonía y una estética resonante, arquetipos atávicos llenos de conocimientos, conceptos, anhelos y manifestaciones creativas, poseedores de un aura de misterio, plasmado perennemente con un signo de interrogación. Una herencia descomunal. Al rato, llegó  Ariel, otro personaje de la librería, quien inmediatamente se puso unos guantes y comenzó a manejar los ejemplares como si lo hiciera de toda la vida. Por primera vez desde que estoy en esta ciudad, me sentí como en casa. Es tan apaciguador encontrar una dársena donde anclar por un momento los afanes. Me imaginé estar frente al señor Sempere, entrañable protagonista de La Sombra del Viento. En ese texto aparece un lugar llamado El Cementerio de los libros Olvidados, un sitio que todo lector anhela en su imaginación y que tal vez de verdad existe, en cualquier ciudad del mundo, llámese Saltillo o Barcelona. Me gusta conjeturar que está muy cerca, tal vez Rufino sabe. Tal vez se encuentra en la casa de mis desvelos, mi obsesión, aquella con ventanas góticas que ofrece su fachada frente a la Alameda de la ciudad, que aparece vacía por fuera pero donde tal vez, las presencias y fantasmas esperan a que llegue alguien, abra la puerta de cristal y descubra en su interior esa metafórica alhaja: la imaginación desbocada, la fe y  la alegría de los buscadores de ese tesoro sin nombre, en forma de libro, de caramelo, de amor, de música y partitura, de Dulcinea, de Eros, de jazmines y gardenias, de imanes, de piedra labrada, de noches estrelladas, de inspiración, de rayos invisibles y de órbitas, que de una forma u otra todos vamos buscando en nuestras andanzas.