El día se anunciaba soleado, así
que se me antojó dar una vuelta por la Alameda de la ciudad. Entre los árboles,
la luz matinal se filtraba como un poema. Al posarse sobre el césped recién
cortado y reflejarse en los troncos, me regalaba una imagen de sutil belleza.
Podría ser un pedacito de cualquier bosque susurrante, o aquel jardín en donde
uno quisiera reposarse de las fatigas de ciertos viajes, apoyado en un mantel
de cuadros, con una canasta de viandas y un buen libro. Pasé frente al lago para sentarme en una de las bancas predilectas,
aquella que está frente a la “casa de mi obsesión”. Aún no le puse nombre.
Dicen que años atrás fue una escuela de música y que hay fantasmas en ella. Me
llama siempre. Es como un imán. Al ver ese huerto abandonado, dan ganas de
arremangarse la blusa y los pantalones para arreglarlo hasta que vuelva a
vivir. La casa está vacía y la rentan. Su precio, sobrepasa completamente mis posibilidades.
Si pudiera habitar allí, me sentaría en la galería redonda, con la certeza de
que llegaría una nube de visiones a posarse en mi cabeza, como un enjambre. Y
llenaría el jardín de flores perfumadas. Suspirando, regresé a la realidad y noté a
unos policías levantando multas. Volví al
automóvil. Avanzando entre el tráfico
por la calle Purcell, la sincronicidad
hizo que me detuviera en una librería de usados, llamada “Rodríguez”. Ya hacía
rato que tenía ganas de conocer ese lugar. Visto desde afuera, es un local pequeño,
pero al entrar me llevé una gran sorpresa. Una fila interminable de textos, un
señor de cabellos blancos que leía tras un escritorio. Otro sentado frente a
él, con una coleta trenzada de pelo también níveo. Conversaban sobre los
símbolos, una cierta traducción y los estados modificados de conciencia.
Comencé recorriendo los anaqueles mientras el coloquio de estos individuos se
desarrollaba en el fondo, como parte de la ambientación que sólo quien es
bibliófilo sabe que es posible encontrar en un sitio como este. Al principio,
me concentré en los ejemplares. Abrí casualmente un libro de Ángeles Mastretta,
El cielo de los leones y encontré la
cita “No temas al instante”. Lo coloqué sobre el escritorio del dueño y seguí
explorando. Encontré Del Ser y su manifestación en el arte,
de Saidi Ahuerma. También lo abrí al azar, aplicando la bibliomancia que tanto
me gusta y encontré lo siguiente: El ser
humano es un verdadero y complejo acumulador y transformador de la energía
cósmica, no es solamente un canal por el
cual la energía pasa, sino que dentro de él se elaboran procesos de gran
complejidad, que pueden dar formas diversas a la energía que él recibe como
rayo invisible y también como alimento. La trayectoria de cada ser es diferente
y única. Y se cumple a través de los períodos de vida y no vida. Las experiencias y vivencias de cada ser son
diferentes, únicas y originales, porque es única su órbita y las circunstancias
que determinan cada instante de su transcurrir sólo a él le pertenecen,
eslabones de la trama de causas y efectos que él mismo ha creado. Me atrajo
de inmediato y lo puse en la pila sobre el escritorio. El señor de la coleta se
retiró. Después de un rato, en el cual fui por el termo con café que traía en
el auto, me di cuenta de que en un día sería imposible ver todos esos
volúmenes. Entonces acercándome al dueño le dije: Que lindo trabajo tiene usted
caballero. Y de ahí comenzó una conversación que se prolongó lo suficiente para
descubrir que este personaje, llamado Rufino, maneja todo un universo personal
de vivencias increíbles, que se relacionan con los petroglifos, los campamentos
bajo las estrellas, las pinturas rupestres, las piedras y su historia. Rufino
me mostró decenas de fotografías de los petroglifos de Coahuila. Observé
encantada la maravilla de los diseños, algunos psicodélicos, otros figurativos,
otros poseedores de una armonía y una estética resonante, arquetipos atávicos llenos
de conocimientos, conceptos, anhelos y manifestaciones creativas, poseedores de
un aura de misterio, plasmado perennemente con un signo de interrogación. Una
herencia descomunal. Al rato, llegó Ariel, otro personaje de la librería, quien
inmediatamente se puso unos guantes y comenzó a manejar los ejemplares como si
lo hiciera de toda la vida. Por primera vez desde que estoy en esta ciudad, me
sentí como en casa. Es tan apaciguador encontrar una dársena donde anclar por
un momento los afanes. Me imaginé estar frente al señor Sempere, entrañable protagonista
de La Sombra del Viento. En ese texto
aparece un lugar llamado El Cementerio de
los libros Olvidados, un sitio que todo lector anhela en su imaginación y
que tal vez de verdad existe, en cualquier ciudad del mundo, llámese Saltillo o
Barcelona. Me gusta conjeturar que está muy cerca, tal vez Rufino sabe. Tal vez
se encuentra en la casa de mis desvelos, mi obsesión, aquella con ventanas
góticas que ofrece su fachada frente a la Alameda de la ciudad, que aparece
vacía por fuera pero donde tal vez, las presencias y fantasmas esperan a que
llegue alguien, abra la puerta de cristal y descubra en su interior esa
metafórica alhaja: la imaginación desbocada, la fe y la alegría de los buscadores de ese tesoro sin
nombre, en forma de libro, de caramelo, de amor, de música y partitura, de
Dulcinea, de Eros, de jazmines y gardenias, de imanes, de piedra labrada, de
noches estrelladas, de inspiración, de rayos invisibles y de órbitas, que de
una forma u otra todos vamos buscando en nuestras andanzas.
2 comentarios:
Maravilloso texto. Como siempre querida Mercedes. Abrazo tu alma.
Gracias. El señor de la coleta es el Campeón: (Manuel Suárez Gaytán). La librería es real, ahí los espera con los libros abiertos. Un abrazo de tu librero amigo Rufino Rdz. Garza.
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