Dónde se me cayó la palabra que era eterna:
en la barranca del cielo
detrás de la frente.
Hacia ahí va, guiada por la
saliva y la basura,
la séptima pléyade que vive conmigo.
Paul Celan
en la barranca del cielo
detrás de la frente.
Hacia ahí va, guiada por la
saliva y la basura,
la séptima pléyade que vive conmigo.
Paul Celan
Estoy en la casa, escuchando música. Concierto para violín y orquesta no.5 de Mozart. Es un día nublado y frío. La chimenea permanece encendida y al calor del fuego escribo buscando inspiración, pero me temo que hoy me sucede como a Juan Manuel Serrat en su canción “No hago otra cosa que pensar en ti”. Y es así, las musas no se quieren aparecer en mi sala calientita. Podría escribir acerca de los días pasados, podría escribir sobre los sueños o acerca de un hipotético futuro que jamás existirá. Sobre mis últimas aventuras en el desierto, o sobre mi estado de ánimo, pero nada. El tintero y la pluma azul reposan junto a una taza de café semivacía. Podría acostarme en la cama y añorar esos brazos tibios rodeando mi cuerpo, podría cocinar unas ricas galletas con chispas de chocolate o terminar esa botella de whisky que quedó de la última fiesta. Podría hacer algunas llamadas telefónicas, o escribir cartas virtuales a los amigos reales. Podría tomar un baño de burbujas, depilarme u ordenar mis fotos. Podría terminar esa pintura que inicié la semana anterior a la que faltan unos últimos retoques, esa donde aparece una silueta de mujer rodeada de tonos azules, como serpentinas de una fiesta, y en la redondez del vientre, una explosión de fuego que sube en espiral hacia la frente. Podría salir a caminar y llegar hasta un sitio especial e íntimo que conozco, esa cueva donde escurren gotas desde el techo y donde puedo colocar mi lengua para sentir el sabor del manantial que llega directo desde las entrañas de la tierra. Podría acariciar a los perros y retozar con ellos en el tapete de lana, aunque luego me piquen las pulgas. Podría escoger uno de los libros pendientes que tengo para leer, como el cuarteto de Alejandría por ejemplo. Podría dedicarme a experimentar la Bibliomancia, que tanto me atrae últimamente. Estoy desarrollando un método: Con los ojos cerrados, tomo un libro de la biblioteca, es como consultar una pitonisa. Por ejemplo, si sale Bukoswsky con “Poemas Selectos: El mundo visto desde la ventana de un tercer piso” y lo abro justo en la página de Frijoles con Ajo (es muy importante expresar los sentimientos, mejor que rasurarse o cocinar frijoles con ajo…claro que ahí están la locura y el terror…hay un latido bajo tu camisa y meneas los frijoles con una cuchara…se cuecen a fuego lento…) interpreto y aplico el mensaje a mi vida cotidiana, a lo que quise preguntar al oráculo. Apenas va en fase de experimentación, porque depende también de cómo están acomodados los libros en la biblioteca y una serie de factores que pueden llegar a determinar la elección. Pero no soy capaz de dejar el asiento y además, hoy no quiero adentrarme en esos territorios. Así que pienso que tal vez podría ordenar los juguetes de los niños y guardar la ropa de verano que por el momento no estamos usando. Podría subir al huerto a recoger las últimas manzanas o remover la tierra de las acelgas y las lechugas. Podría lavar la ropa que está pendiente desde la semana pasada. Podría dormir una siesta y buscar en el eco de los sueños de la noche anterior un llamado, una palabra clave o la evocación de un aroma, una caricia o un instante fugaz para tomar la punta de ese hilo y seguirlo con los ojos cerrados, a ver dónde me lleva. Podría quitar las telarañas que se forman entre las vigas del techo y que ahora mismo acabo de notar. Podría acercarme a la cabaña que los niños construyeron bajo los árboles del jardín y ordenar un poco el caos infantil, podría bajar al arroyo y mojar mi cara con esa agua helada y cristalina. Podría seleccionar las películas que ya no quiero u ordenar los discos esparcidos en el rincón del aparato de sonido. O más bien, podría hacer una gran hoguera bajo los nogales y quemar todas las cosas inútiles que insisto en querer conservar. Podría tallar el sarro del fregadero y limpiar las manchas de comida de la estufa. Podría arreglar el helecho del baño y quitarle las hojas secas. Podría limpiar los pelos enredados en los cepillos, mover los muebles de la recámara, cambiar la orientación de la cama. Podría hacer tanto y tanto. Sin embargo permanezco aquí, junto al fuego y las musas siguen sin aparecer. Si la falta de inspiración no permite que hoy me adentre en el jardín mágico de la palabra, no puedo hacer nada más que dejarme trasladar por el instante. Así que cierro los ojos y consiento que la música se incorpore a las moléculas que conforman el cuerpo que habito ahora. Y al vaivén de los sublimes acordes, fluyo. El calor de la chimenea acaricia ese pedacito de piel desnuda que asoma por mi espalda.
3 comentarios:
Me gustó eso de la bibliomancia!!
muy bonito este me gusto por que hoy me siento igual y apesar que tengo muchas cosas que hacer prefiero seguir aqui leyendo tus cartas.. jeje chau querida flor
La inspiración esta escondida detrás de cada letra que conforma cada palabra de la oración, del párrafo que junto forma esta carta.
No desesperes, las musas están cerca pero todavía no te pueden tocar.
Están cerca.
Brujillo Iluminado
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