Entonces le entró un gran
miedo en el alma,
creyó que había pasado de
una ceguera a otra,
que habiendo vivido en la ceguera de la luz,
ahora iría a vivir en la
ceguera de las tinieblas.
« Creo que no nos
quedamos ciegos,
creo que estamos ciegos.
Ciegos que ven. Ciegos que
viendo no ven ».
José Saramago, Ensayo sobre la Ceguera.
Con ganas de
despejarme un poco, salí a dar una vuelta por el campo. Me detenía de a ratos a
tomar fotos en lugares solitarios, un conjunto de órganos, unas ruinas, una
cancha de fútbol, una escuela primaria,
unos mezquites, una tiendita de abarrotes junto a un polvoriento sendero, un Centro de Salud con
los vidrios rotos. El camino serpenteaba en la sierra. Cerca de la metrópoli, a
escasos 25 kilómetros, se encuentra el rancho El Vaquero. Distinguí en una de
las curvas de la carretera una silueta. Al acercarme, constaté que se trataba
de un campesino del desierto. Sombrero, costal al hombro, mirada fuerte. Me
pidió aventón. Voy para la ciudad, me dijo. Súbase. Este personaje cuyo nombre
es Ramón Loera, hablaba mientras yo conducía para llevarlo a su destino. Es muy triste la situación ahora, dijo el señor. El clima de los últimos
años ha afectado muchísimo la cosecha, que si llueve mucho, que si no llueve.
El gobierno no ayuda al campo, quieren desaparecerlo, ya ni cultivamos nuestros
propios alimentos. Andamos trayendo el maíz de otros lados y viera que sí
tenemos agua, esta tierra es muy noble y nos da para sobrevivir. El problema es
que andamos como sonémbulos,
caminamos en la oscuridá. Hace mucho
tiempo, allá por el sur, unos indios mayas dijeron, antes de desaparecer, que
en estos años de negruras, llegará un rayo muy fuerte que nos volverá ciegos
pero al mismo tiempo nos ayudará a salir de las tinieblas. Ya la gente anda
bien perdida, no sabe qué hacer ni pa dónde jalar. Andamos tristes y yo
espero, si dios me da licencia, estar en ese momento y no quedarme ciego con
esa luz, ya que se trata de otra oportunidá
para seguir adelante. Y todo eso ya estaba escrito en las leyes de la madre
naturaleza, así lo que está sucediendo es algo necesario. Descubrí junto con
otros ejidatarios, una cueva donde había unas calaveras muy antiguas, de esos
indios que vivían antes por aquí, en ese lugar hay muchas de esas columnas de
piedra que se forman con el agua y hay un río subterráneo que tiene una
corriente muy fuerte. Nosotros quitamos los huesos y una piedra muy grandota
que luego nos dimos cuenta que se trataba de un ídolo que cuidaba la entrada de
la cueva. Removimos los huesos y los fuimos a enterrar al panteón. Yo creo que
sería bonito si muchas gentes vinieran para conocer y saber más de los
antiguos, pero también siento que todavía no es el tiempo, pues si andamos sonémbulos, a lo mejor se va a destruir
todo, así como le hicimos nosotros por ignorantes pues al principio no sabíamos
y removimos eso que ahora creo era algo como un templo sagrado. Encontramos
unas cuentas de collares de color amarillo y verde y unos copales de esos que
se usan para prender fuego, pero como no sabíamos, pues destruimos al ídolo y
ahora mejor yo quiero estudiar y prepararme para saber de qué se trata y no
echarlo a perder. A lo mejor todavía no es el momento de dar a conocer la gruta.
De seguro los políticos nomás van a querer sacarle provecho y yo digo que mejor
lo organizamos nosotros, y no se trata nada más de dinero, sino de cuidarlo. Yo
me quedé solito en el mundo, se me murió mi mujer y los hijos ya ni vienen. Pero viera que cuando ando en el monte, como
que los árboles, los nopales, los pájaros y las nubes me hacen sentir que no
estoy triste. Encambio hay otros en
el rancho que nomás quieren tener sus camionetas y tomar cerveza, ir a los
bailes y meterse con mala gente, a ver si con la fiesta se les quitan sus miserias.
Usté güera, dígame que anda haciendo
por estos rumbos, preguntó Don Ramón. Yo le contesté que me gusta hacer retratos del mundo, que también el cielo cristalino, las nubes y los pájaros me hacen sentir siempre bien. Y que espero no ser una
sonémbula, por eso salgo a dar la vuelta cada
vez que puedo, para sentirme parte de eso.
Bueno, dijo Don Ramón, pos yo aquí me
bajo, muchas gracias y que tenga usté
muchas bendiciones. El campesino, como una encarnación de Jacinto Cenobio, se
fue caminando despacio, en medio del tráfico, avanzando hacia el puente
peatonal. Continué manejando rumbo a la casa, con los
dedos chispeantes y con unas ganas locas de llegar para contar esta historia.
3 comentarios:
Gracias Mercedes, por compartir estas riquezas!!!
Saludos.
Gracias Mercedes. Lindo relato de Don Ramón. Enhorabuena
Como siempre, logras trasportar a todo aquel que lee tus cartas desde real al lugar en el que estas.
Te mando un fuerta abrazo.
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