La comida en este país es simplemente sensacional. Cuando llegas a un restaurante y te dan la carta, no sabes que pedir. Hay una variedad increíble de sabores y texturas, así que es siempre una sorpresa lo que te vas a encontrar. Y los vinos… para una fanática del dios Baco como yo, es el paraíso, y me encanta provocar a los argentinos diciendo que el vino francés sigue siendo el mejor de todo el planeta. Le pregunté a unos viejitos un día que charlábamos a la sombra de unos frondosos sauces en El Tigre, cuál vino no puedo dejar de probar antes de volver a mi terruño. Las discusiones se acaloran y me encanta, es como observar un interesante juego de pelota. Las opiniones son sabrosas, estridentes. Montchenot de Bodega López, Navarro Correa, Trumpeter, Merlot de Luigi Bosca… y al final, de tan apasionados, nos embriagamos de palabras y parece que hubiéramos bebido un vino muy bueno, con cuerpo, notas rubíes y un dejo de aroma a canela que se acerca mucho al efecto de un excelente tinto francés (lo siento, opiniones son opiniones).
Y los postres, son irresistibles. Es por eso que en estos días, mi vientre padece lo que llamo El Efecto Alfajor. No es en realidad un sufrimiento, es sólo que comienza a desbordarse sobre el pantalón, en suaves ondas descendentes. Los alfajores son galletas suaves rellenas con dulce de leche o mermelada y recubiertas de chocolate, de azúcar glaseada, de coco. Y a pesar de que es verano y el calor no deja dormir, no puedo pasar por alto una de esas delicias cada vez que camino frente a la confitería. Sólo los nombres ya endulzan el paladar: pinitos de chocolate, turroncitos almendrados, torres de caramelo, alfajorcitos de maicena, bastones de naranja, conos de dulce de leche (esos son obscenos de verdad) y las facturas, lo que en México llamamos pan dulce, te las venden por docena, junto con los bollos de grasa para acompañar el mate.
Los kilitos de más parecen preocupar a las mujeres, se cuidan bastante. Es un poco contrastante caminar por la calle entre la multitud y ver poca gente con sobrepeso, a diferencia de México que es el segundo país mundial productor de obesidad. El otro día, comprando una botella de agua en un kiosco, escuché una conversación entre un hombre y dos mujeres. El hombre decía que a pesar de ser tan gordo y tener esa panza descomunal (yo diría un vientre de BOLA) a él le gustan las mujeres flacas, que una mujer con barriga se ve poco atractiva, y por ese motivo, las mujeres deben cuidarse más y no cometer excesos con la comida, pues dejan de estar en el “mercado” cuando cae el vientre por la fuerza de gravedad. Las comadres de mi género no decían nada, pero hubiera estado bien asegurarle a ese tipo que abdomen plano o redondito, los superficiales se dan sin que los rieguen. Ya te quisiera ver, luego de haber parido un hijo, sólo uno. Y a ver si serías capaz de renunciar a la morcilla y al bife de chorizo, al la pizza con fainá, a las tartas, al pollo con papas fritas, a los chinchulines, a la colita mechada, a la milanesa napolitana, a los ravioles de ricotta, a los tallarines con salsa de berenjenas, a la bondiola, al vitel tonné, al asado de tira, para “estar en el mercado” boludo por tres motivos: la BOLA grande ocultando a las dos chiquitas. Eso que ni qué.
Y los postres, son irresistibles. Es por eso que en estos días, mi vientre padece lo que llamo El Efecto Alfajor. No es en realidad un sufrimiento, es sólo que comienza a desbordarse sobre el pantalón, en suaves ondas descendentes. Los alfajores son galletas suaves rellenas con dulce de leche o mermelada y recubiertas de chocolate, de azúcar glaseada, de coco. Y a pesar de que es verano y el calor no deja dormir, no puedo pasar por alto una de esas delicias cada vez que camino frente a la confitería. Sólo los nombres ya endulzan el paladar: pinitos de chocolate, turroncitos almendrados, torres de caramelo, alfajorcitos de maicena, bastones de naranja, conos de dulce de leche (esos son obscenos de verdad) y las facturas, lo que en México llamamos pan dulce, te las venden por docena, junto con los bollos de grasa para acompañar el mate.
Los kilitos de más parecen preocupar a las mujeres, se cuidan bastante. Es un poco contrastante caminar por la calle entre la multitud y ver poca gente con sobrepeso, a diferencia de México que es el segundo país mundial productor de obesidad. El otro día, comprando una botella de agua en un kiosco, escuché una conversación entre un hombre y dos mujeres. El hombre decía que a pesar de ser tan gordo y tener esa panza descomunal (yo diría un vientre de BOLA) a él le gustan las mujeres flacas, que una mujer con barriga se ve poco atractiva, y por ese motivo, las mujeres deben cuidarse más y no cometer excesos con la comida, pues dejan de estar en el “mercado” cuando cae el vientre por la fuerza de gravedad. Las comadres de mi género no decían nada, pero hubiera estado bien asegurarle a ese tipo que abdomen plano o redondito, los superficiales se dan sin que los rieguen. Ya te quisiera ver, luego de haber parido un hijo, sólo uno. Y a ver si serías capaz de renunciar a la morcilla y al bife de chorizo, al la pizza con fainá, a las tartas, al pollo con papas fritas, a los chinchulines, a la colita mechada, a la milanesa napolitana, a los ravioles de ricotta, a los tallarines con salsa de berenjenas, a la bondiola, al vitel tonné, al asado de tira, para “estar en el mercado” boludo por tres motivos: la BOLA grande ocultando a las dos chiquitas. Eso que ni qué.
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