domingo, 21 de febrero de 2010

Cartas desde el sur...una ampolla adicional

Caminando en una de tantas arboladas avenidas se me rompió la sandalia y continué descalza. La gente no está muy acostumbrada a esas pequeñas salvajeces del desierto pero no me importa, seguí extasiada queriendo aprendeher todo en la mirada. Como los que te piden unas monedas para comer, como los que recogen los cartones y revuelven la basura afuera de los hermosos edificios antiguos y modernos que hacen con su combinación tan especial a esta ciudad. Como los hombres y las mujeres lindos. Como los gritos y peleas frecuentes: parece que se van a golpear y de repente no sucede nada y todos siguen su ritmo de vida. Como los nombres de algunos negocios: pinturería, gomería, locutorio, confitería. Como mezclarse entre la anónima multitud en la calle Corrientes, esa que es tradicional de los teatros. Sorprende la cantidad de obras expuestas en cartelera. Y las librerías… para volverse loco si uno es amante de las letras. Conocí a al dueño de una de ellas, se llama Luis y perteneció a la resistencia, por allá en los años setentas. Hay que dejar atrás el pasado me dijo, hay que dejar atrás el dolor para vivir y construir cosas nuevas. Le compré un libro de Bioy Casares y al final terminamos en una sabrosa plática acerca de la literatura, del tango y de Buenos Aires. Le pregunté acerca de un buen lugar para comer pizza. No me mandes al del turista, supliqué. Entonces me fui a la vuelta sobre Callao, a La Continental. Allí probé la fainá pues el cocinero, al ver mi cara frente a la vitrina, se ofreció a ayudar en la elección. Hay tanta variedad de comida, y que me perdonen mis amigos italianos, pero la pizza es mucho más sabrosa que en su país.
Siguiendo por la avenida Corrientes, se llega al Obelisco, que según me dijeron, ilustra los delirios fálico-egipcios de un presidente de antaño. En realidad ese monumento es un poco curioso, si bien se ha convertido en emblema de la ciudad. Luego, preguntando con el mapa en la mano, conocí a un ruso que tiene diez años viviendo en Argentina. Fue un poco difícil al principio, aseguró, con el idioma y las diferencias culturales. Pero ahora me encuentro muy bien. Luego, adentrándome en el subsuelo me subí al metro o “subte” ¡Qué maravilla! Los asientos de madera, las luces de cristal, los espejos. Una verdadera reliquia. Tomando fotografías en la cabina, entablé conversación con el conductor, quien me explicó cómo funciona el mecanismo. También me dijo que es un trabajo poco agradable pues el aire es insalubre bajo tierra. Disfrutá tu visita a Buenos Aires, agregó. Esta ciudad es muy linda. La plaza de Mayo estaba llena de turistas, todos querían una foto de “Yo estuve aquí”, donde tantas mujeres lucharon por una causa justa y murieron en el intento, lástima que ahora se ha convertido en una especie de circo, de puesta en escena para el visitante. Dirigí mis pasos a la Catedral Metropolitana, allí donde descansan los ilustres huesos de un héroe nacional. Aquí, en cada esquina encuentras estatuas de patriotas. Me recibió el frescor natural que sólo los viejos edificios poseen. Había misa en ese momento. La verdad. Jamás he ido a misa, y decidí hacer algo nuevo, así que me senté en un banco y mientras subrepticiamente tomaba fotografías (está prohibido), escuchaba el sermón del cura, con argentinísimo acento, diciendo: La primera regla para adquirir fuerza de voluntad es combatir al Goliat que todos llevamos dentro, a ese filisteo encargado de traer entre otras cosas, las pasiones lujuriosas. Los seres humanos somos el campo de batalla entre el bien y el mal. Construimos catedrales y edificios, empresas y casas pero nos olvidamos siempre de trabajar en la catedral interior, por eso, yo te pregunto ¿Cuál es tu Goliat?...Interesante reflexión, lástima que siempre deban refregarnos el asunto de la culpa, de suprimir el deseo que es una gran fuerza inspiradora en el proceso creativo. Queriendo conocer algo diferente (qué más da una ampolla adicional), me fui a visitar los túneles del siglo XVIII de la Manzana de las Luces pero estaba cerrado. Un hombre me iba siguiendo por la calle. Era alto y de mirada penetrante. Dentro del Museo de la Ciudad, donde se encuentran expuestos juguetes que datan de finales de 1800, me abordó y me dijo trabaja en una peluquería, que se dedica a rasurar sobre todo a hombres mayores con la afilada navaja y la brocha a la vieja usanza. Tu cabello, me dijo, es algo fuera de lo común en Buenos Aires ¿Me dejás tocarlo? Uy que suave. Para no ampliar la historia, me invitó a salir, pero me negué. No vivo por el momento en el planeta de las aventuras amorosas ¿o pasiones lujuriosas? Pero ¡Estos porteños son bien aventados!
Con los pies hinchados, sudorosa y contenta, volví al departamento. En el supermercado de los chinos, compré un vino de la Patagonia, quesos, aceitunas y ensalada. Al poco rato llegó Emma, contenta con sus clases de español. Nos tomamos media botellita y nos quedamos dormidas en el sillón.

1 comentario:

jesus cabral dijo...

Siempre me asomo a tu blog, leo algo y siempre disfruto las fotos. Ahora me asomé y me resultó una sorpresa agradable saber que andas en el sur (..vuelvo al sur como se vuelve siempre al amor, con mi deseo, con mi temor, llevo al sur como un destino del corazon, soy del sur como los aires del bandoneon, sueño al sur, inmensa luna cielo al revés, vuelvo al sur, el tiempo abierto y su después, quiero al sur, su buena genete, su dignidad, siento al sur como tu cuerpo en la intimidad, te quiero sur, te quiero sur, te quiero sur, te quiero sur... y fade out con el bandoneón....) mirá vos! casualidad sonaba esa justo al empezar a escribir!... bueno, si te acercas a las sierras de Córdoba me gustaría saludarte Mercedes. De todos modos cuando vuelvas a Wirikuta quiero que lleves saludos. Sigo leyendo como te va por acá.
saludos
Jesús (amigo de Dani, los catorce, Carlos, Luz, Trilce, Vasco, Josefina y toda la banda pues!)