No dejaremos huella,
sólo polvo de estrellas.Drexler
Uno de los objetivos de esta marcha por la Argentina, era llegar al sur, sur. Al fin del mundo. Para hacerlo más divertido, se me ocurrió ir por vía terrestre. Así que salimos una tarde de Buenos Aires, Emma y yo, ya que ella viajaba hacia ese rumbo también. El micro era una maravilla, asientos de piel, vino con la cena, películas buenas y hasta algo chistosísimo, una partida de bingo. En la llanura interminable que es la Patagonia, vimos ñandúes, guanacos, aves. Anhelaba conocer la Cruz del Sur y ver las estrellas desde este rincón del mundo. ¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos. Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta estuvieron en las entrañas de una estrella. “Cántico cósmico”
El viajecito duró casi veinte horas, así que llegamos a Puerto Madryn un poco cansadas. La ciudad es pequeña, mucho más de lo que pensábamos. Nos dirigimos al Hi Patagonia, un hostel que resultó ser de lo más acogedor. Nos recibió Vicente, con sus dulces ojos claros, nos ofreció un té y nos mostró unos mapas. Una vez instaladas, se presentó Patrick un hombre de la isla de Malta; nunca había conocido a alguien de ahí. Y fue cayendo gente al baile, como dirían acá. Javier, un criador de caballos de Mercedes, llámese localidad de la provincia de Buenos Aires y su encantadora familia. Al ratito llegó Gastón, el dueño, con Ryan un niño simplemente divino. La pasamos tan bien, como si fuéramos una familia. Buscando hacer turismo un poco diferente, salimos Emma y yo al día siguiente hacia Punta Loma, un refugio de fauna ubicado a 17 kilómetros. Queríamos ante todo ver a los lobos marinos, otro de los objetivos del viaje a Madryn. Íbamos en bicis de montaña. Con dos litros de agua cada una, fruta, empanadas. Nos colocamos unos turbantes pues el sol era abrasador y el viento alucinante. Llegamos a la playa, vimos un grupo de unos treinta animales hermosos, durmiendo algunos y retozando otros entre las rocas. En el hueco de una sombra nos acostamos a descansar. Ahí pasamos un rato delicioso, contando chistes. Le dije a mi amiga, así como los indios nativos americanos afirmaban antes de irse a la guerra Hoy es buen día para morir, porque si tenemos que hacer de regreso los 17 kilómetros, nos vamos a morir de verdad. Mejor que te parece si le pedimos al universo que nos mande una camioneta de doble cabina, con pick up para las bicicletas y aire acondicionado. Ayúdame, vamos a solicitarlo: Universo, por favor, socorre a estas dos muchachas locas. Y hete aquí que a los veinte minutos llegó una camioneta así como la pedimos. Una familia encantadora nos llevó sanitas a Puerto Madryn, hasta nos dio la tarde para un chapuzón en el agua helada de la costa. Todavía riendo llegamos al Hi Patagonia, justo a tiempo para unos mates, una ducha y luego, a comer asado. Deliciosa carne, deliciosas ensaladas y vinos y sobre todo, una deliciosa compañía. Porque en esa mesa había aproximadamente unas quince personas de diferentes partes del planeta, conviviendo en armonía. Para el siguiente día la idea fue rentar un auto y salir a ver pingüinos y elefantes marinos. Pero ni Emma ni yo teníamos licencia de manejo ni tarjeta de crédito, así que de nuevo le pedimos al universo nos mandara a alguien y se los juro, luego de diez minutos llegó un italiano, Vito, que resultó vive a tres cuadras de la casa de mi amiga en Londres y aceptó hacer el trámite de alquiler. Se nos unieron otros dos, Sam y George, así que temprano por la mañana nos fuimos de excursión. Luego de tres horas de carretera, una carretera difícil, resbalosa, llegamos por fin. Un elefante marino resoplaba gustoso entre las piedras. Emma dijo, hemos viajado tantas horas para venir a encontrar a “Big Mamma”. Qué risa que me dio. Que naturaleza, que cielo, que sensación de plenitud al girar 360 grados y no ver ni siquiera una pequeña colina. Sólo llanura y acantilados llenos de vida. A los pocos días Emma y yo dividimos nuestros caminos. Ella se fue ver delfines y a conocer Gaiman, una comunidad de origen galés donde seguramente encontró personas con su apellido. Compré el boleto de autobús rumbo a Río Gallegos. El vehículo venía retrasado y un viento espeso se alzó mientras el sol de la tarde daba de lleno en la estación. Estaban pronosticados vientos fuertes, pero nunca imaginé que de esa magnitud. Finalmente llegó el micro. El asiento de al lado estaba vacío, me dio un poquitín de nostalgia de mi amiga, con quien pasamos momentos divertidísimos. Ojalá que me toque alguna persona agradable en este asiento, pensé. Luego de un recorrido de dos horas, nos detuvimos en una ciudad, tal vez Comodoro Rivadavia. Allí se subió alguien junto a mí… Alguien que me mostró las constelaciones en un estrellado y cristalino cielo, que me enseñó por primera vez la Cruz del Sur... Gracias universo...
El viajecito duró casi veinte horas, así que llegamos a Puerto Madryn un poco cansadas. La ciudad es pequeña, mucho más de lo que pensábamos. Nos dirigimos al Hi Patagonia, un hostel que resultó ser de lo más acogedor. Nos recibió Vicente, con sus dulces ojos claros, nos ofreció un té y nos mostró unos mapas. Una vez instaladas, se presentó Patrick un hombre de la isla de Malta; nunca había conocido a alguien de ahí. Y fue cayendo gente al baile, como dirían acá. Javier, un criador de caballos de Mercedes, llámese localidad de la provincia de Buenos Aires y su encantadora familia. Al ratito llegó Gastón, el dueño, con Ryan un niño simplemente divino. La pasamos tan bien, como si fuéramos una familia. Buscando hacer turismo un poco diferente, salimos Emma y yo al día siguiente hacia Punta Loma, un refugio de fauna ubicado a 17 kilómetros. Queríamos ante todo ver a los lobos marinos, otro de los objetivos del viaje a Madryn. Íbamos en bicis de montaña. Con dos litros de agua cada una, fruta, empanadas. Nos colocamos unos turbantes pues el sol era abrasador y el viento alucinante. Llegamos a la playa, vimos un grupo de unos treinta animales hermosos, durmiendo algunos y retozando otros entre las rocas. En el hueco de una sombra nos acostamos a descansar. Ahí pasamos un rato delicioso, contando chistes. Le dije a mi amiga, así como los indios nativos americanos afirmaban antes de irse a la guerra Hoy es buen día para morir, porque si tenemos que hacer de regreso los 17 kilómetros, nos vamos a morir de verdad. Mejor que te parece si le pedimos al universo que nos mande una camioneta de doble cabina, con pick up para las bicicletas y aire acondicionado. Ayúdame, vamos a solicitarlo: Universo, por favor, socorre a estas dos muchachas locas. Y hete aquí que a los veinte minutos llegó una camioneta así como la pedimos. Una familia encantadora nos llevó sanitas a Puerto Madryn, hasta nos dio la tarde para un chapuzón en el agua helada de la costa. Todavía riendo llegamos al Hi Patagonia, justo a tiempo para unos mates, una ducha y luego, a comer asado. Deliciosa carne, deliciosas ensaladas y vinos y sobre todo, una deliciosa compañía. Porque en esa mesa había aproximadamente unas quince personas de diferentes partes del planeta, conviviendo en armonía. Para el siguiente día la idea fue rentar un auto y salir a ver pingüinos y elefantes marinos. Pero ni Emma ni yo teníamos licencia de manejo ni tarjeta de crédito, así que de nuevo le pedimos al universo nos mandara a alguien y se los juro, luego de diez minutos llegó un italiano, Vito, que resultó vive a tres cuadras de la casa de mi amiga en Londres y aceptó hacer el trámite de alquiler. Se nos unieron otros dos, Sam y George, así que temprano por la mañana nos fuimos de excursión. Luego de tres horas de carretera, una carretera difícil, resbalosa, llegamos por fin. Un elefante marino resoplaba gustoso entre las piedras. Emma dijo, hemos viajado tantas horas para venir a encontrar a “Big Mamma”. Qué risa que me dio. Que naturaleza, que cielo, que sensación de plenitud al girar 360 grados y no ver ni siquiera una pequeña colina. Sólo llanura y acantilados llenos de vida. A los pocos días Emma y yo dividimos nuestros caminos. Ella se fue ver delfines y a conocer Gaiman, una comunidad de origen galés donde seguramente encontró personas con su apellido. Compré el boleto de autobús rumbo a Río Gallegos. El vehículo venía retrasado y un viento espeso se alzó mientras el sol de la tarde daba de lleno en la estación. Estaban pronosticados vientos fuertes, pero nunca imaginé que de esa magnitud. Finalmente llegó el micro. El asiento de al lado estaba vacío, me dio un poquitín de nostalgia de mi amiga, con quien pasamos momentos divertidísimos. Ojalá que me toque alguna persona agradable en este asiento, pensé. Luego de un recorrido de dos horas, nos detuvimos en una ciudad, tal vez Comodoro Rivadavia. Allí se subió alguien junto a mí… Alguien que me mostró las constelaciones en un estrellado y cristalino cielo, que me enseñó por primera vez la Cruz del Sur... Gracias universo...